¿Qué piden el nacionalismo y el independentismo? Un ejercicio de sinceridad

Como era previsible, Núñez Feijóo no tuvo éxito en su intento de investidura. En este punto, para lograr la formación de un gobierno, existen esencialmente dos opciones: un nuevo Gobierno de coalición liderado por Sánchez o la convocatoria de nuevas elecciones.

FUENTE: EFE

La coalición requeriría el apoyo de los independentistas catalanes, quienes han planteado condiciones muy rigurosas, como la amnistía para aquellos que se enfrentaron a la justicia debido al proceso soberanista de 2017, que en un momento proclamó la independencia y luego la revocó en cuestión de segundos. 

Que el PSOE saliese derrotado de las últimas elecciones parece haber afectado el intento de Pedro Sánchez de mantenerse en el poder a cualquier costo. La notable debilidad del PSOE y su disposición a hacer concesiones de todo tipo a cambio de apoyo están llevando a los partidos nacionalistas y separatistas a intensificar sus demandas para respaldar lo que algunos llaman “progresismo”. 

Partidos como ERC, Junts, Bildu e incluso el PNV están aprovechando la situación política actual para plantear demandas que van desde referendos secesionistas hasta indultos para los líderes catalanes involucrados en el proceso independentista. Además, algunos están buscando el control de la mesa del Congreso de los Diputados o incluso la anexión de Navarra al País Vasco, aprovechando la falta de escrúpulos de ciertos políticos y la aquiescencia de sus superiores en Madrid. 

En este contexto, la política española se ha convertido en una especie de mercado persa, donde todo es objeto de intercambio a cambio de apoyo para la investidura, y el socialismo ha optado por el secretismo como estrategia principal. Se busca ocultar las concesiones que podrían estar en negociación con posibles aliados, utilizando todo tipo de recursos informativos y oficiales, desde el énfasis en las temperaturas récord hasta tácticas de distracción similares a las empleadas por los líderes romanos en el pasado. 

Sánchez y su entorno sostienen que sus acciones han logrado pacificar Cataluña y, de manera sorprendente, acusan al PP de haber provocado la situación al “judicializarla” mediante el artículo 155 de la Constitución, incluso cuando en su momento estuvieron de acuerdo con esta medida.

Resulta curioso que Sánchez haya adoptado el mismo lenguaje que antes de ser presidente usaba para calificar a los líderes catalanes como autores de un delito de “rebelión” y afirmara que se oponía a conceder indultos a los sediciosos. Sin embargo, en su camino hacia la Moncloa, parece que optó por priorizar sus intereses personales sobre sus principios. 

Sobre el presidente en funciones se ha evidenciado que no es una figura de confianza, ya que ha hecho concesiones que ponen en peligro la unidad de España con el fin de mantener su posición, lo cual es inaceptable. Un ejemplo destacado de esta actitud es su disposición a considerar una amnistía para Carles Puigdemont, un líder independentista que huyó de la justicia española. Esto envía un mensaje peligroso de impunidad y debilita la autoridad del marco constitucional.

Además, la propuesta de modificar la inviolabilidad del Rey, como algunos parlamentarios vascos han pedido, es un asunto de gran importancia y debería ser debatido de manera seria y con una perspectiva amplia, en lugar de parecer una concesión precipitada. 

Quizás una de las cuestiones más preocupantes es la disposición de Sánchez a considerar un referéndum unilateral en Cataluña. Aunque el diálogo es esencial, un referéndum unilateral no es la forma adecuada de abordar un conflicto de esta magnitud. Ignorar la legalidad y la Constitución de España en favor de los deseos de los independentistas es un error grave que socava la estabilidad y la cohesión del país. 

Es fundamental recordar que las demandas de los independentistas y separatistas no solo amenazan la unidad de España, sino que también plantean preocupaciones económicas y sociales significativas. La incertidumbre generada por estos movimientos separatistas ha tenido un impacto negativo en la inversión y el empleo en algunas regiones, lo que afecta directamente a los ciudadanos comunes. 

Junts, por ejemplo, exige la condonación de la deuda del Fondo de Liquidez Autonómica (FLA) para resolver este pasivo acumulado, lo que supondría aproximadamente 83.000 millones de euros. También busca el derecho a recaudar todos los impuestos a través de la Agència Tributària de Catalunya (ATC) y un acuerdo de solidaridad financiera con el Estado. También, propone la creación de una agencia de Seguridad Social propia para gestionar las pensiones y reclama el 19% de los fondos europeos Next Generation de forma retroactiva. 

Por último, Junts insiste en que se cumplan los compromisos en materia de infraestructuras y se establezcan plazos concretos para el pago de la disposición adicional tercera del Estatut, que se refiere a la transferencia de activos pendientes, como el Corredor Mediterráneo y las inversiones pendientes en el sistema ferroviario de Rodalies. 

La deuda también es una preocupación para ERC. Según sus cálculos, la deuda ascendió a 20.772 millones de euros en 2020 y a 21.982 millones de euros en 2021, como se presentó en la presentación anual del déficit fiscal del Estado realizada por la Generalitat. 

El Gobierno de Pedro Sánchez parece dispuesto a cumplir una por una todas las demandas impuestas por Carles Puigdemont para obtener el apoyo de sus siete diputados en una posible investidura socialista. A pesar de estar en funciones, el Gobierno ha presentado ante la UE la solicitud de que el catalán sea reconocido como idioma oficial, está negociando la amnistía para los implicados en el proceso independentista y ha pedido a Europol que desvincule el independentismo del terrorismo. 

La fecha de la independencia parece depender sólo de Puigdemont o Junqueras, ¿qué puede salir mal? 

Ruptura del tablero de juego por parte del PNV

La difícil aritmética que ha originado el resultado del 23-J ha llevado a los dos grandes partidos a buscar nuevas alianzas para, o bien, mantenerse en el poder (el Gobierno de coalición pasado) o bien alcanzar el Gobierno (el Partido Popular).

FUENTE: EFE

En las últimas semanas han ido apareciendo diferentes combinatorias, especialmente durante el proceso de constitución de la Mesa de las Cortes Generales. Pero si hay un denominador común en todas ellas es la presencia del Partido Nacionalista Vasco (PNV), un actor de sobra conocido por los ciudadanos, protagonista indiscutible de la política española de las últimas décadas, pero sobre el cual se ha creado una mística que lo sobreestima.

Los resultados de las Elecciones Municipales, primero, y las Generales después, han colocado al PNV en el momento más crítico de los últimos 25 años. A finales de los años noventa, la hegemonía del PNV estuvo seriamente cuestionada por la mayoría pujante de los dos grandes partidos nacionales, el PSOE y el PP, que a punto estuvieron de gobernar. Una década después el PSE consiguió arrebatar el Gobierno vasco al PNV con el apoyo en el Parlamento Vasco del PP y UPyD, pero esto no le supuso un problema estructural al PNV porque creía que el nuevo Gobierno era débil y, como mucho, duraría una legislatura que desembocaría en una nueva retornando al poder (como así terminó sucediendo). La crisis estructural la habían tenido entre 1998 y 2001 y ahí recurrieron como salvavidas a alianzas con los sectores nacionalistas más radicalizados, incluyendo a HB (el pacto de Estella).

Ahora, a unos meses de celebrarse las Elecciones Autonómicas vascas en 2024, el PNV ha entrado en otra crisis estructural, pero a esta vez sus competidores no son los dos partidos constitucionalistas sino el heredero del terrorismo, EH Bildu. Sólo un somero análisis de tendencias demoscópicas y demográficas en el País Vasco muestra hasta qué punto EH Bildu tiene por delante un crecimiento tendencial notable, mientras que el PNV muestra lo contrario. Por tanto, es más que evidente el problema y éste obliga a una reflexión interna donde ya han aparecido voces discrepantes con los comportamientos de la actual dirección.

Dicho de otra forma: los resultados del 23-J han colocado al PNV entre la espada y la pared. La “espada” de seguir dando su apoyo tácito o explícito al presidente del Gobierno en funciones, con el desgaste que supone compartir la misma mesa con EH Bildu que no ha puesto ninguna condición explícita a su apoyo (por ejemplo, el caso de Navarra). Y la “pared” de apoyar a un Gobierno en solitario del PP con el desgaste electoral que puede suponer a ambos lados. Una situación, se mire por donde se mire, sin salida medianamente aceptable.

Sin embargo, en el momento de más presión e incluso agobio para sus dirigentes, el PNV ha conseguido romper la situación usando para ello al Lehendakari Urkullu, de la misma forma que Ibarretxe y su “Plan” a principios de los 2000. Romper el eje de coordenadas constitucional básico es la vía que el PNV ha encontrado para descargar toda la presión que las urnas y las circunstancias políticas les había puesto en sus hombros en los del candidato a la investidura, primero, y después en el actual presidente del Gobierno en funciones.

Este movimiento cuenta con varios apoyos, permitiéndole al PNV tomar ventaja con respecto a EH Bildu en Madrid y fijando una posición útil muy similar a los postulados de fondo del PSC (que han contado con una mayoría amplia de electores) ante el conflicto entre Junts per Catalunya y ERC por la hegemonía independentista en Cataluña. Al mismo tiempo, provoca ruido y marejada de fondo en el resto de las autonomías, en especial las gobernadas por el PP.

De una manera muy clara y, a la vez, muy cruda, ha quedado al descubierto el horizonte que nos espera en los próximos años si no se produce en algún momento un pacto de los dos grandes partidos. Las condiciones básicas para el pacto de investidura irán mutando hacia compromisos mucho más rompedores. Desde la amnistía hasta el referéndum no vinculante, pasando por la creación de un estatus fiscal especial para Cataluña como cimiento básico de la transmutación de España en una organización confederal (y, por tanto, asimétrica) de amplias desigualdades. La forma de hacerlo es emprender una vía paralela de ruptura del actual pacto constitucional sin tener que pasar por el camino que la Constitución establece para su reforma, ya que la inmensa mayoría de la sociedad española ni lo apoyará ni lo aceptará de manera directa.

Es preferible hacerlo de manera escondida, amortiguando los efectos y su visibilidad pública para que el votante siga pensando que nada o casi nada está pasando, y que incluso lo que pasa es beneficioso para todos, tal como escribíamos hace unos días en esta misma newsletter. Las fuerzas centrífugas saben que en la política actual, la herramienta más poderosa es la “reforma silenciosa” para que el votante mediano español no se dé cuenta de lo que está pasando. Y si se da cuenta, que sea demasiado tarde para poder ser corregido.

Puigdemont y el ‘mando a distancia’ sobre la próxima legislatura 

Hoy, sin embargo, no es un día para lamentarnos, es un día para reivindicar los valores de la Transición y, para muchos ciudadanos, los de una izquierda reformista, institucional, nacional, y que mire al futuro.

FUENTE: EFE

Puigdemont dijo que necesitaba hechos comprobables antes de la elección de la mesa del Congreso. Es evidente que sus pretensiones han tenido satisfacción. Pero lo importante es comprobar que hemos aceptado que el árbitro de la política española sea un personaje que oscila entre el carlismo decimonónico y Trump. Es inadmisible que los españoles dependamos de un político independentista fugado para no presentarse ante la justicia española. El PSOE debería saber que en política no se puede hacer todo lo que no es un delito. No se debió modificar la legislatura pasada el Código Penal para satisfacer necesidades parlamentarias, pero es todavía más intolerable que el Gobierno de España se deje secuestrar por un prófugo.

El acuerdo de todos los partidos anticonstitucionales ha funcionado en la mesa del Congreso y funcionará para la investidura de Pedro Sánchez. Pero la cuestión mayor y más grave es ética, dado que se planteó cuando el segundo partido (el PSOE) en las elecciones del 23-J, quiso apurar todas las posibilidades, hasta la de negociar la viabilidad del gobierno de España con una persona que si pisara   suelo español sería detenido. Todos los indicios indican que la legislatura que iniciamos ayer, con la elección de la mesa, se situará en la lista de los episodios más bochornosos de nuestra historia moderna. 

Todo lo que ha sucedido el día de ayer es lamentable, nos devuelve a la España retrasada, de pandereta, la que el resto de los europeos vieron durante tiempo como una anomalía.  Los llamados “progresistas” nos han devuelto al siglo XIX. Dime con quién andas y te diré quién eres, dice el refranero. Los socialistas, siendo el eje de esta alianza, se sitúan con quiénes frecuentemente en nuestra historia frustraron las ilusiones de progreso de los españoles, porque en el siglo XIX fue el carlismo y hoy es un integrismo nacionalista egoísta, xenófobo y antieuropeo.

Lo razonable, lo que permitiría que los españoles durmieran tranquilos sería que los partidos nacionales llegaran a acuerdos, impidiendo unas elecciones anticipadas y evitando la ignominia de depender de un fugado.

Se ha consumado el dislate, han introducido la política española en el “callejón del Gato” de Valle Inclán. Es evidente que la política española está dominada por pícaros, desvergonzados y ahora delincuentes. Han convertido la política en un negocio que es necesario preservar y esto ha sucedido impulsado por un PSOE que no representa la izquierda que necesita España.

La igualdad, la libertad de parte de los ciudadanos españoles, el respeto a la ley y a los usos democráticos, quedan suspendidos en España. La concordia mínima para que una democracia funcione, disuelta. La posibilidad de una política reformista, que haga de España un país capaz de enfrentarse al futuro, abolida.

Estimados Pedro y Alberto… 

Por si había alguna duda, a día de hoy el PP y el PSOE están en un punto de imposible entendimiento y este breve intercambio epistolar, que fue bonito de leer por el vocabulario con el que ambos se han interpelado, en realidad nos aleja más de una gobernabilidad estable entre los dos grandes partidos. 

FUENTE: EFE

Siguiendo las formalidades de la tradición epistolar española, los candidatos a la presidencia del Gobierno dirigiéndose mutuamente como “estimado Pedro”, “estimado Alberto”, han mostrado importantes errores cada uno en su campo en los últimos días. En el caso del líder popular, demostró durante días estar en una realidad distinta, intentando un acercamiento que había quedado descartado desde la misma noche de las Elecciones del 23-J. Recientemente ha persistido en el error de no asumir con coherencia los pactos que firma con Vox en las autonomías, concretamente, en el caso de Aragón.

Mientras, el presidente del Gobierno en funciones ha dejado paso a sus segundos niveles para preparar como mínimo los apoyos de investidura, evidenciando una de las “bombas de relojería” existentes en el actual Estado autonómico como es la enorme deuda que sólo cuatro CC.AA tienen con el Estado y la posibilidad de que, o bien impaguen, o bien se les condone dicha deuda en parte o en su totalidad. Al mismo tiempo, las vacaciones privadas en Marruecos (considerado por la prensa del país como un “acto de buena voluntad”), el préstamo “gratuito” de los diputados de Bildu en el Parlamento de Navarra y la negativa a una gran coalición para el gobierno de la Ciudad Autónoma de Ceuta, complementan el escenario.

En el interior de las cartas también se esconden mentiras en forma de medias verdades, como que en nuestro país debe gobernar quien haya ganado las elecciones. Aquí el problema no es ese, sino en con quién gobiernas, que es el mayor problema de Sánchez. La carta de Núñez Feijóo pudiese estar enfocada a una investidura en segunda vuelta de Sánchez bajo ciertas condiciones, para alejar a los extremos de la gobernabilidad. Intentar, al menos, dejar esa puerta abierta si la situación se volviese imposible.

Pero la respuesta de Sánchez fue la esperada, alegando que las elecciones eran para medir el sentir general de la población en torno a su proyecto político, aceptando implícitamente que el PSOE no volverá a tener una mayoría cualificada sino que a lo que puede (y debe) aspirar de aquí al futuro es a ser la fuerza política de cabecera de un nuevo “Pacto de San Sebastián”. Este punto merecerá un análisis más en profundidad, especialmente para medir los riesgos de seguir esta estrategia y preguntarse por qué la actual dirección del PSOE ha renunciado a ser una fuerza de mayorías que vayan más allá de los 120-130 diputados.

En definitiva, lo que ha quedado más que claro es que estas cartas son el único canal de comunicación entre los dos líderes, renunciando a una interlocución a una escala superior. Lo que llaman “perseguir la gobernabilidad” es pensar al minuto siguiente en qué concesiones son necesarias para garantizar unos meses más de Gobierno… hasta que el año que viene tanto en el País Vasco como en Cataluña (de manera anticipada) celebren comicios.

Las servidumbres del pasado más reciente que impedirán un gran acuerdo

A falta de un leve porcentaje por escrutar, ya se vislumbra en el horizonte la imposibilidad de formar un Gobierno estable para cualquiera de los grandes partidos. PP y PSOE tienen muy difícil articular una coalición de aliados y la gobernabilidad del país ha quedado vendida al independentismo tras el debate del miércoles, que ha dado como claro perdedor a Núñez Feijóo, cuyo electorado ha emigrado a Vox, después de que éste cancelase su campaña electoral y no acudiese a la cita organizada por RTVE.

FUENTE: EFE

La dispersión del voto, en este caso, ha perjudicado sobremanera al centro derecha y el panorama político nos encamina ahora a un ejercicio de responsabilidad nunca antes visto por los grandes partidos como sería o bien una abstención para gobernar sin una mayoría parlamentaria; o bien la repetición electoral, cuyos efectos podrían ser incluso más regresivos para con la posibilidad de formar un Ejecutivo serio. Pero ¿podría ser también un acuerdo amplio entre los dos grandes partidos, cuya suma de diputados vuelve a estar por encima de los 250 diputados?

Debería ser el momento de dejar a un lado las diferencias y luchar por lo que debería unirnos: España. Núñez Feijóo le tendió la mano a Sánchez en el debate para evitar a Vox en caso de que el PP fuese la lista más votada, o bien para que el PP habilitase un gobierno del PSOE sin la mano de la izquierda radical. Sánchez debería mostrar altura de miras y que, a pesar de no haberlo demostrado en los últimos cinco años, saber hacer política de Estado y poner sus intereses por detrás de la Nación es lo que debería producirse.

Los votantes no quieren volver a las urnas ni otro gobierno Frankenstein, da igual de qué lado sea éste. A pesar de que tanto Sánchez como Núñez Feijóo hayan aplazado sus pactos con Bildu y Vox, en Navarra y Murcia respectivamente, hasta después de las elecciones, han perdido un voto centrista, huérfano por las políticas actuales, más centradas en buscar socios hacia los extremos que buscar puntos de encuentro.

En el actual contexto político, lleno de partidos con representación importante, el Gobierno más disperso de la democracia, ya no solo por votos sino por políticas, ha provocado el desencanto de una población que, con tantas opciones, no consigue verse representada por nadie. España ha perdido en calidad democrática, lo dicen desde Europa, y nuestro país se encuentra junto a Hungría y Polonia en constante estudio por sus intromisiones en los distintos poderes del Estado. 

Ahora, con una posible repetición electoral en el horizonte, tanto España como Sánchez dejan una mala imagen hacia el exterior durante la presidencia española de turno en la Unión Europea. Un ejercicio de falta total de responsabilidad, al que ya estamos acostumbrados con el señor Presidente. En cualquier caso, ese bloqueo se convertiría en un arma de doble filo con una repetición electoral para el Ejecutivo, ya en funciones. La izquierda nacional (en estos comicios PSOE y Sumar), históricamente, consigue movilizar a su electorado una vez, no dos.  Y el miedo que la ha podido movilizar ahora con Vox ya no tendrá la misma fuerza que en unos meses. Del mismo modo, la extrema derecha podría aumentar su poder después de que muchos hayan ejercido un voto útil con Núñez Feijóo.

No es el momento de abandonar, sino más bien el de seguir luchando. De lo contrario, las consecuencias económicas y sociales a las que se enfrenta nuestro país pueden ser muy perjudiciales para la ciudadanía.

Jugar a un futuro de repetición electoral no es aceptable

Gracias al input que nos dan los sondeos diarios de cuatro casas demoscópicas distintas, podemos vemos la evolución de la intención de voto con bastante claridad. Tras el descalabro del presidente del Gobierno en el debate a dos, apelar al “manual de resistencia” como fórmula de permanencia en el poder y jugar con un futuro inmediato de repetición electoral no es aceptable.

FUENTE: EFE

El PSOE tiene por delante un camino complejo para esta última semana de campaña, basando su relato en la “igualdad en las urnas” para tratar de levantar a un electorado que todavía le apoya y que no está del todo convencido de qué hacer el 23-J. Núñez Feijóo le tendió la mano al presidente del Gobierno en el debate a dos para evitar a Vox en caso de que el PP fuese la lista más votada, o bien para que el PP habilitase un gobierno del PSOE sin la mano de la izquierda radical. Obviamente la propuesta fue rechazada por el Presidente.

Después de rechazar por enésima vez esta petición de gobierno sin condiciones de los extremos, las intenciones de Sánchez parecen enfocarse en evitar que Núñez Feijóo gobierne en caso de que él no pueda hacerlo. Durante la campaña electoral, ha convertido los pactos tanto de un bloque como del otro en un tema central, lo que ha llevado a que todos los partidos caigan en la dinámica del “y tú más”. Esto implica que se equipara, de alguna manera, el hecho de pactar con Vox (una formación plenamente constitucional, independientemente de si gusta o no) con pactar con EH Bildu y ERC. 

El primero, EH Bildu, representa la cara política de ETA y nunca ha condenado sus actividades terroristas. Por otro lado, ERC cuenta con dirigentes de alto nivel que han sido condenados por el Tribunal Supremo debido a su implicación en un intento de golpe contra el orden constitucional. A pesar de haber sido indultados, no dudan en afirmar que volverían a hacerlo. 

Tanto Sánchez como Núñez Feijóo han aplazado sus pactos con Bildu y Vox, en Navarra y Murcia respectivamente, hasta después de las elecciones del 23-J. Quieren evitar perder ese voto centrista que ha quedado huérfano por las políticas actuales, más centradas en buscar socios hacia los extremos que en buscar puntos de encuentro. 

El bloqueo tras las elecciones es una posibilidad que parece asomarse al final del túnel. Esa es una realidad en cuantas ocasiones Sánchez ha sido candidato socialista a la presidencia; la primera, tras las elecciones del 20 de diciembre de 2015 donde Rajoy obtuvo 123 escaños por 89 él, y que obligó con su «No es No. ¿Qué parte del No, no ha entendido señor Rajoy?» a la primera repetición electoral desde 1978.  

Tras la repetición electoral del 26 de junio, el PP volvió a obtener la victoria con 137 escaños, mientras que la posición de Sánchez se debilitó aún más, quedándose con tan solo 84 escaños. Ante su firme decisión de seguir bloqueando la investidura del claro vencedor en dos ocasiones, su propio partido decidió destituirlo en un convulso Comité Federal. Después de recuperar el liderazgo de su partido, se vio obligado a repetir las elecciones en abril de 2019, ya que necesitaba pactar con todos sus socios actuales en la dirección del Estado, algo que previamente había rechazado aceptar. En noviembre de 2019, se repitieron nuevamente las elecciones y, tan solo 48 horas después, se llegó a un acuerdo de coalición con Pablo Iglesias. 

En caso de que esta situación se vuelva a dar, tanto España como Sánchez darán una imagen pésima hacia el exterior en la presidencia española de turno en la Unión Europea. Sería un ejercicio de falta total de responsabilidad, pero es algo a lo que ya estamos acostumbrados con esta política de bloques. En cualquier caso, ese bloqueo se convertiría en un arma de doble filo en caso de unas segundas elecciones. La izquierda nacional (en estos comicios PSOE y Sumar), históricamente, consigue movilizar a su electorado una vez, no dos. Y el miedo que la movilizó en 2019 con Vox ya no tiene la fuerza que tuvo en su momento. 

Que no se tenga que dar esta situación. El próximo domingo nos vemos en las urnas. 

No confundir diligencia y gestión con manipulación en Correos

La avalancha de peticiones de voto por correo está evidenciando multitud de problemas en la gestión del servicio postal en España. Pero una cosa es esto -cuestión de gestión y diligencia en facilitar un derecho fundamental – y otra cosa muy distinta algunas dudas sembradas sobre la manipulación del voto, cosa inaceptable.

FUENTE: El Norte de Castilla

En algunos casos por falta de claridad, en otros por manipulación intencionada, y en otros simplemente por desconocimiento de cómo funciona Correos, lo cierto y verdad es que el protagonismo que ha adquirido esta sociedad estatal no debería haberse producido. Cuando hay Elecciones (y más aún con la importancia de las que se celebran este 23 de julio) lo que menos hay que hacer en un país democrático es poner en duda los procedimientos del voto, ya que siembran dudas sin fundamento en los electores y tiene capacidad de modificar su intención de voto.

Llegados a este punto, es necesario clarificar lo que está sucediendo con el servicio postal. España es un país en el que los meses de julio y agosto se convierten en un problema para la administración pública (pero también para muchas empresas privadas) por la coincidencia en los mismos períodos de la mayor parte de la masa salarial de vacaciones. En este sentido, cubrir puestos vacantes de manera circunstancial o incluso llamar a personas que están de vacaciones para que se puedan incorporar durante unos días, se convierte en algo muy complejo.

Pero si a ello se añade que Correos es una de las empresas más grandes que hay en España y con una estructura especialmente rígida, entonces lo complejo se vuelve en casi imposible. Desde el punto de vista de la gestión de la compañía, sólo queda esperar la movilización de bolsas de trabajo temporal y, junto con ello, intentar aprobar un plan de incentivos que “recompense” las horas extra y los problemas que a los carteros les va suponer el proceso electoral.

Aunque a partir del 23 de julio los procesos electorales vuelvan a celebrarse sin sobresaltos, el nuevo Gobierno deberá abordar la revisión de transferencias presupuestarias como el “servicio postal universal”, de modo que Correos deje de ser una empresa con tanta rigidez, se someta a una disciplina de mercado mayor y contemple compensaciones adicionales del Estado ante problemas como este colapso de las oficinas a la hora de enviar y gestionar el voto por correo. Probablemente, a futuro, el voto por correo continuará creciendo, con lo cual es necesario estar muy preparados e introducir tecnología para hacer eficientes los procesos electorales.

Saber ceder (y dónde hacerlo) 

Es posible echar a independentistas y populistas. Es posible hacer política de Estado, cediendo por el bien de la ciudadanía.

FUENTE: EFE

El caso de la ciudad de Barcelona ha supuesto un antes y un después en la dinámica de pactos, investiduras y nuevos gobiernos. La alternativa merecía un esfuerzo extraordinario, por compleja que pudiera parecer, para evitar que la Ciudad Condal continúe su particular escalada de destrucción. Xavier Trías, subordinado a los designios del fugado Puigdemont y vinculado a la corrupción de décadas de la derecha soberanista, era el mejor posicionado hasta el último momento, en el que los populares decidieron dar su apoyo a los socialistas.

Collboni no es Sánchez. Éste, de un perfil más moderado, ha sido sacado de la posición de segundo sin competencias reales que ha ocupado durante ocho años de gobierno local de Colau y los Comunes. Ya en 2015 se aceptó por parte del PSC y del PSOE a los Comunes y a Podemos, respectivamente, como aliados válidos a pesar de situarse en uno de los extremos del espectro político. Ocho años después, la ruptura ha venido más por una cuestión de gestión (más bien, de ausencia de gestión y deterioro permanente de los Gobiernos municipales y autonómicos que han compartido) que por las diferencias notables existentes en materia ideológica.

Una vez hecho el movimiento de la investidura, queda ahora por ver la capacidad de colaboración entre los dos grandes partidos constitucionalistas, y recuperar así la ciudad, paliando los déficits que se ha generado a la ciudad con el último gobierno municipal.

Mientras tanto, el ruido del cambio en Cataluña parece haber llegado a la Generalitat. El papel de Salvador Illa en este acuerdo, que repetirá como candidato en Cataluña, puede ayudarle a conseguir su objetivo de ganar. Las convocatoria de nuevas elecciones en Cataluña está en la cabeza de Aragonés y pensar que serán este otoño es más que posible.

Illa sabe que solo hay una manera de lograr el objetivo y ha experimentado con Barcelona. A día de hoy el PP puede ayudar a que los socialistas eviten a los independentistas y los números solo podrían dar con los Comunes y ellos para echar a los independentistas de la Generalitat. Más o menos lo mismo que ha pasado en Barcelona, por lo que no es descabellado que se pueda reeditar un apoyo semejante en los próximos comicios.

Las prioridades en política nacional y de Estado pasan por defender el constitucionalismo y arrancar de raíz los iliberalismos y populismos en las zonas más tensionadas políticamente. A este juego es al que los dos grandes partidos en Cataluña parece que se acercan o, al menos, demuestran con los primeros pasos que están en esta clave.

Es importante que tanto PSOE como PP muestren que son independientes de los extremos por el bien del Estado. Esta vez ha sido el PP el que le ha dado una victoria al PSOE en varios ayuntamientos importantes para que el que ganase no fuese el malo. Estos comportamientos son la definición de hacer política en un país que la tiene olvidada, con un vago recuerdo del gobierno vasco de hace más de diez años. 

Ahora, con las Elecciones Generales a la vuelta de la esquina, si las encuestas se traducen en una victoria del PP, y a este le diese con Vox para sumar una mayoría absoluta, ¿haría Sánchez un ejercicio similar a sabiendas de que es imposible Gobernar y que unas segundas elecciones con el escenario económico actual podrían ser muy perjudiciales para el país? 

El nutrido ejército de la abstención como síntoma de la orfandad política

Mañana volvemos a las urnas con un profundo malestar social que inunda el espacio político. En estas elecciones, en las que se solía valorar más las gestiones de los mandatarios con cierta ‘independencia’ de unas siglas que en clave nacional, se ha convertido en una oportunidad para mostrar el descontento existente de dos formas: el trasvase de voto entre partidos y, sobre todo, la abstención.

FUENTE: EFE

Pero la crispación, que sigue avanzando con múltiples micro casos de corrupción con el voto por correo, es la gota que colma el vaso de la paciencia del votante que, abandonado por los líderes a los que confió su voto en los comicios previos, busca alternativas fuera de los bloques que se consolidaron entre 2018 y 2019. 

Aquí, las consecuencias son claras y es en este escenario que el voto de protesta o reactivo puede tener más consecuencias, hasta el punto de provocar un cambio significativo. La abstención de los electores no sólo hace perder las elecciones al partido gobernante principal, sino que también supone una herida profunda a largo plazo. Y el voto de castigo -a favor de alguno de los adversarios- lo puede llevar al cementerio político. Es lo que estuvo a punto de pasarle al PSC durante los años del procés, que rozó la irrelevancia cuando sus electores migraron hacia Ciudadanos y tiñeron de naranja el famoso “cinturón rojo” de Barcelona. 

Por tanto, esta decisión es una cuestión de oferta. Si existe una oferta suficientemente razonable, habrá ese trasvase de voto. Si no lo hay, el “ejército” de votantes más nutrido será el de la abstención. En el actual contexto político, lleno de partidos con representación importante, el Gobierno más disperso de la democracia ya no solo por votos sino por políticas, ha provocado el desencanto de una población que, con tantas opciones, no consigue verse representada por nadie. España ha perdido en calidad democrática, lo dicen desde Europa, y nuestro país se encuentra junto a Hungría y Polonia en constante estudio por sus intromisiones en los distintos poderes del Estado. 

Los pactos con los herederos de los terroristas e independentistas van a provocar que muchos socialistas no voten porque políticamente tampoco están cercanos al Partido Popular y tampoco los actuales votantes de Ciudadanos, quienes probablemente terminen por cerrar, en muchos territorios, su vida como partido mientras el electorado de centro, también descontento, tendrá que migrar a otras opciones o abstenerse por no verse representados en ninguna otra fuerza política. Según las encuestas es una constante que los partidos que más van a sufrir la abstención son los mencionados anteriormente, creando un nutrido ejército de la abstención como síntoma de la orfandad política.

La cuestión central viene con la ley electoral, la cual otorga una “prima por abstención” a los partidos más pequeños, que son los extremos, dándole poder a insignes provocadores de la crispación y la situación política actual de España. En este sentido, los dos grandes partidos miran continuamente de reojo a estas formaciones porque en varios territorios dependerán de sus votos para gobernar.

España, sus regiones y sus municipios se merecen un PSOE a la altura de la ciudadanía de la izquierda constitucionalista, actualmente abandonados, políticamente, por su partido. En estas regiones y municipios hay candidatos que están a la altura de su electorado, pero que seguramente se verán perjudicados por las políticas del Gobierno. Y los hay que han sido críticos con la cúpula del Gobierno por muchos motivos, entre ellos por sus pactos y políticas.  

Ahora es la ciudadanía quien decide, ya que con el voto se pueden frenar algunas de esas políticas regresivas. El otro día cerraba un artículo, en El Mundo, César Antonio Molina que a su fin decía: “Sí, alguien, ahora o después, debe evitar el naufragio total del Partido Socialista de siempre. Hay que recuperar de nuevo el Estado de derecho, exigir el cumplimiento de las leyes (toda la justicia está en huelga), volver a la verdad, prosperar sin dañar a nadie, elevar la educación y la sanidad, crecer económicamente, rescatar la concordia, pues la democracia es el acuerdo de que no vamos a matarnos por lo que nos separa, sino que vamos a discutirlo.” 

No es buen momento

La aparición de las democracias representativas, la declaración de derechos del hombre, los movimientos cívicos y el derrocamiento del Antiguo Régimen. La existencia de tribunales de garantías, derechos laborales, el Estado del bienestar tal y como lo conocemos. Todos estos factores reunidos han creado en la actualidad el momento social más seguro y estable de toda la historia de la humanidad.

Por Fernando J. Múgica Soto

Ciertamente hay excepciones y no todos los países y sociedades funcionan a la perfección o defienden estas ideas hasta sus últimas consecuencias, pero estos valores ya se han afianzado en gran parte del planeta.

Este sentimiento de seguridad colectiva, política y jurídica, recogida en el pacto social entre las poblaciones y los Estados en sus leyes y constituciones ha creado un clima de orden sin precedentes. Las personas salen a la calle en muchos puntos del planeta sabiendo que si no ocurre nada extraordinario llegarán a casa sanos y salvos esa misma noche. Con conocimiento de lo que les espera ese día, el siguiente, e incluso la próxima semana, existe una capacidad de previsión y organización nunca vistas hasta ahora. Ya sea sobre las finanzas, los tiempos de trabajo o el ocio.

Sumando estos factores a las comodidades propias del Siglo XXI, se ha acuñado una frase muy característica y de uso cada vez más frecuente a lo largo de los últimos años: No es buen momento.

No es buen momento para cambiar de trabajo. No es buen momento para expresarle mis sentimientos a esa persona. No es buen momento para comprar una casa. No es buen momento para tener hijos.

Vivimos en una época en la que los perros han sustituido a los niños en las calles. Los datos demográficos nos tienen inmersos en el comienzo de una crisis en la cual el grueso de la población trabajadora, cada vez más pequeña, no será capaz de soportar el Estado del bienestar garantizado en la forma de pensiones. Los jóvenes parecen comenzar a entender que ellos no tendrán pensión, y suerte habrá si sus padres la acaban percibiendo.

Pero la tendencia sigue sin revertirse. Sumémosla al sentimiento nacional de no querer optar por aquellos trabajos más precarios, los cuales acaban siendo ocupados en muchas ocasiones por inmigrantes que sí tienen los hijos que nosotros no. Si ya nos encontramos en una época delicada en la que ciertos partidos políticos ponen el foco en la inmigración como causa de delincuencia y de la falta de trabajos para los ciudadanos de origen, ¿qué podemos esperar dentro de 15 años cuando la segunda generación de estos inmigrantes se integre y los “locales” se exalten al ver tantos rostros “de color”? Suerte tiene España, que recibe gran parte de su inmigración de Iberoamérica, donde la mayoría de los países comparten con nosotros un idioma común y una cultura judeocristiana.

Y mientras este proceso se hace cada vez más palpable y visible a ojos de todos, incluso de los que optan por una política de ceguera voluntaria, las generaciones jóvenes y no tan jóvenes siguen con la misma cantinela.

¿Cómo voy a tener un hijo si mi carrera profesional está a punto de despegar? ¿Cómo voy a tener un hijo si el precio del alquiler está al alza? ¿Cómo voy a traer al mundo un hijo que será testigo de su destrucción a manos del calentamiento global? Eso sí, las letras del coche se pagan religiosamente, la cerveza corre por litros y el peluquero del caniche es irremplazable.

Habría que preguntarle a nuestros padres si ellos disfrutaron de la baja por paternidad pagada y la garantía de retorno a su entorno laboral cuando decidieron concebirnos. Habría que preguntarles a nuestras madres si ellas tenían alguna garantía de no ser despedidas ipso facto una vez se les comenzara a notar la barriga, y en ese caso, si los juzgados estarían de su lado para garantizar una indemnización acorde. Habría que preguntarles si el Estado o el gobierno les dio algún incentivo excepcional que les hiciera estar más tranquilos a la hora de tomar esa decisión.

En términos históricos estamos en el mejor momento para tener hijos. Uno en la que nuestra seguridad laboral y social está garantizada. En la que el acceso a la sanidad para nosotros y nuestros descendientes está al alcance de todos de forma prácticamente gratuita. En el que la comunicación nunca ha estado más a disposición para garantizar ciertos aspectos organizativos inherentes a la crianza. En el que el cuidado por la integridad física y psicológica de los menores nunca ha estado más en el punto de mira.

Y precisamente por eso “no es buen momento”. ¿Por qué iba a renunciar a mis caprichos? ¿Acaso tener un hijo es tan gratificante o importante para el desarrollo de mi sociedad? ¿Estoy dispuesto a cancelar el viaje a Cancún? Un hedonismo exacerbado muy característico de la sociedad occidental de consumo, con las redes sociales a la cabeza convirtiéndonos en feligreses a nuestros nuevos Dioses, los influencers, y sus vidas de ensueño imposibles de alcanzar.

Los derechos individuales, que no los colectivos, se han convertido en el escudo de muchos a la hora de justificar sus actos; mi derecho a ser feliz. Mi derecho a realizarme como persona. Pero conviene recordar que no hay derechos sin deberes aparejados, y que fue el sacrificio y sufrimiento de muchos anteriores a nosotros el que consiguió alcanzar esta régimen de libertad que vivimos ahora.

La seguridad. La comodidad. La certeza del futuro inmediato. Nos hemos vuelto adictos a ellas. Cualquier decisión que genere un mínimo de estrés, de molestia, qué decir, de nerviosismo, es rápidamente desechada. Todo con tal de no salir de esa burbuja particular que cada individuo ha formado a su alrededor. ¡Y qué a gusto se está en ella! La droga del Siglo XXI.

Y como ocurre generalmente con las drogas, en cuanto se priva al usuario de su chute, éste entra en estado de ansiedad y angustia. Si uno elige por norma el camino fácil y de menor resistencia, llegado el momento en que se topa con la crudeza de la vida real, se sentirá débil, confundido e incapaz de lidiar con la situación, pues no ha desarrollado las herramientas necesarias para afrontarla, mucho menos entenderla. En otra época una situación análoga podría considerarse una pequeña molestia. Ahora se torna en desconcertante e irresoluble. ¿Cómo es si no posible que precisamente la época de la historia en que mayor seguridad y certeza tenemos sea también aquella en que las personas más se suicidan, pasan por más y más ataques de ansiedad y sufren más depresiones? Los psicólogos nunca han estado más solicitados y los desordenes mentales nunca han estado más de moda.

Los momentos y estados de felicidad no son ningún problema. No hay que sufrir por norma ni sufrir todos los días. Pero sería ingenuo pensar que la felicidad es o debe ser un estado de ánimo perpetuo al que uno deba aspirar. La frustración, la ansiedad, el desasosiego y tantos otros no deben convertirse en temas tabú. ¿Estar nervioso o triste significa que algo malo te pasa como persona? ¿Es recomendable huir hacia adelante para evitar unos minutos de malestar? Nos vamos a topar con situaciones incómodas que preferiríamos evitar, pero la vida está llena de ellas. Y cuanto antes sepamos identificarlas y tratarlas, mejor.

Ya sea con la paternidad, con la emancipación de los jóvenes o con asuntos laborales, en muchas ocasiones nos decimos “no es buen momento”. Igual habría que preguntarse ¿y cuándo lo será?