Ruptura del tablero de juego por parte del PNV

La difícil aritmética que ha originado el resultado del 23-J ha llevado a los dos grandes partidos a buscar nuevas alianzas para, o bien, mantenerse en el poder (el Gobierno de coalición pasado) o bien alcanzar el Gobierno (el Partido Popular).

FUENTE: EFE

En las últimas semanas han ido apareciendo diferentes combinatorias, especialmente durante el proceso de constitución de la Mesa de las Cortes Generales. Pero si hay un denominador común en todas ellas es la presencia del Partido Nacionalista Vasco (PNV), un actor de sobra conocido por los ciudadanos, protagonista indiscutible de la política española de las últimas décadas, pero sobre el cual se ha creado una mística que lo sobreestima.

Los resultados de las Elecciones Municipales, primero, y las Generales después, han colocado al PNV en el momento más crítico de los últimos 25 años. A finales de los años noventa, la hegemonía del PNV estuvo seriamente cuestionada por la mayoría pujante de los dos grandes partidos nacionales, el PSOE y el PP, que a punto estuvieron de gobernar. Una década después el PSE consiguió arrebatar el Gobierno vasco al PNV con el apoyo en el Parlamento Vasco del PP y UPyD, pero esto no le supuso un problema estructural al PNV porque creía que el nuevo Gobierno era débil y, como mucho, duraría una legislatura que desembocaría en una nueva retornando al poder (como así terminó sucediendo). La crisis estructural la habían tenido entre 1998 y 2001 y ahí recurrieron como salvavidas a alianzas con los sectores nacionalistas más radicalizados, incluyendo a HB (el pacto de Estella).

Ahora, a unos meses de celebrarse las Elecciones Autonómicas vascas en 2024, el PNV ha entrado en otra crisis estructural, pero a esta vez sus competidores no son los dos partidos constitucionalistas sino el heredero del terrorismo, EH Bildu. Sólo un somero análisis de tendencias demoscópicas y demográficas en el País Vasco muestra hasta qué punto EH Bildu tiene por delante un crecimiento tendencial notable, mientras que el PNV muestra lo contrario. Por tanto, es más que evidente el problema y éste obliga a una reflexión interna donde ya han aparecido voces discrepantes con los comportamientos de la actual dirección.

Dicho de otra forma: los resultados del 23-J han colocado al PNV entre la espada y la pared. La “espada” de seguir dando su apoyo tácito o explícito al presidente del Gobierno en funciones, con el desgaste que supone compartir la misma mesa con EH Bildu que no ha puesto ninguna condición explícita a su apoyo (por ejemplo, el caso de Navarra). Y la “pared” de apoyar a un Gobierno en solitario del PP con el desgaste electoral que puede suponer a ambos lados. Una situación, se mire por donde se mire, sin salida medianamente aceptable.

Sin embargo, en el momento de más presión e incluso agobio para sus dirigentes, el PNV ha conseguido romper la situación usando para ello al Lehendakari Urkullu, de la misma forma que Ibarretxe y su “Plan” a principios de los 2000. Romper el eje de coordenadas constitucional básico es la vía que el PNV ha encontrado para descargar toda la presión que las urnas y las circunstancias políticas les había puesto en sus hombros en los del candidato a la investidura, primero, y después en el actual presidente del Gobierno en funciones.

Este movimiento cuenta con varios apoyos, permitiéndole al PNV tomar ventaja con respecto a EH Bildu en Madrid y fijando una posición útil muy similar a los postulados de fondo del PSC (que han contado con una mayoría amplia de electores) ante el conflicto entre Junts per Catalunya y ERC por la hegemonía independentista en Cataluña. Al mismo tiempo, provoca ruido y marejada de fondo en el resto de las autonomías, en especial las gobernadas por el PP.

De una manera muy clara y, a la vez, muy cruda, ha quedado al descubierto el horizonte que nos espera en los próximos años si no se produce en algún momento un pacto de los dos grandes partidos. Las condiciones básicas para el pacto de investidura irán mutando hacia compromisos mucho más rompedores. Desde la amnistía hasta el referéndum no vinculante, pasando por la creación de un estatus fiscal especial para Cataluña como cimiento básico de la transmutación de España en una organización confederal (y, por tanto, asimétrica) de amplias desigualdades. La forma de hacerlo es emprender una vía paralela de ruptura del actual pacto constitucional sin tener que pasar por el camino que la Constitución establece para su reforma, ya que la inmensa mayoría de la sociedad española ni lo apoyará ni lo aceptará de manera directa.

Es preferible hacerlo de manera escondida, amortiguando los efectos y su visibilidad pública para que el votante siga pensando que nada o casi nada está pasando, y que incluso lo que pasa es beneficioso para todos, tal como escribíamos hace unos días en esta misma newsletter. Las fuerzas centrífugas saben que en la política actual, la herramienta más poderosa es la “reforma silenciosa” para que el votante mediano español no se dé cuenta de lo que está pasando. Y si se da cuenta, que sea demasiado tarde para poder ser corregido.

La autonomía estratégica europea: el momento de hacerse valer

Europa vive tiempos convulsos. El estallido del conflicto en suelo ucraniano, hace que en Europa haya que replantearse muchos asuntos dados por supuestos hasta hace pocos días. España no escapa ni mucho menos a esta cuestión que en el fondo refleja el problema de mantener una posición geopolítica complicada con una generación de líderes políticos escasamente preparados para la guerra. Esta crisis occidental provoca que se vuelva a poner en duda la autonomía estratégica de Europa frente a agentes como EEUU y la propia Rusia.

FUENTE: EFE

Este ataque a Ucrania deja en evidencia el papel de la Unión Europea y la necesidad de tener capacidad propia de actuación independiente incluso de sus propios aliados cuyos incentivos no son coincidentes. Para lograr una realidad en términos de autonomía estratégica, los países que conforman la Unión deben tener una visión común y unificada sobre las decisiones que se deben tomar. La mentalidad de colmena no es algo sencillo de lograr, y es que cada país vive sus propias realidades y necesidades de forma totalmente distinta. Europa está formado por un conjunto de países con culturas, historia y estrategias independientes entre sí, por lo que conformar un bloque de actuación se antoja una tarea complicada pero necesaria.

El proceso para conseguir esta autonomía no se producirá en el corto plazo. El poder disuasorio de EEUU seguirá siendo fundamental durante muchos años si se siguen sucediendo este tipo de conflictos, por lo que hay que empezar a construir credibilidad en el exterior. Esta independencia, debe seguir siendo compatible con nuestros socios de la OTAN y hay que comenzar a trabajarla a partir de pequeños objetivos que nos otorguen cierto grado de autonomía exterior, sin dejar de contar con los americanos.

Este logro sería positivo para los americanos, ya que, al comprender los deseos de una autonomía real, estarían favoreciendo una OTAN más fuerte y cohesionada. En la práctica, en Washington las posturas siguen inmóviles por el momento, pero los americanos pueden entender con esta crisis que Rusia nunca va a dejar de tocar a su puerta. Que cada vez que intente centrarse en competir con Pekín, que es su principal rival en el actual contexto internacional, se encontrará con Moscú volviendo a actuar. Washington debe ver la ventaja de que sean los europeos los que se encarguen de su propia seguridad, o al menos tengan poder de disuasión (que es una de las asignaturas pendientes). Estados Unidos no va a abrir repentinamente los ojos a esta realidad y Europa debe hacerse valer para que esta situación se alcance lo antes posible. A día de hoy, los americanos ven la ventaja de que los europeos se impliquen: pero a través de la OTAN, no de un proyecto de la defensa de la Unión, que es el objetivo a seguir.

Este cambio de paradigma debe ser una buena noticia para nuestro país. A España se le abre una puerta que debe aprovechar para formar parte de esta ‘nueva Europa geopolítica’, debiendo recuperar una postura propositiva y proactiva frente a los socios de la Unión en cuestiones de máxima importancia, ganándose el respeto de Europa mirándose en el espejo de países como Francia y Alemania, los cuales gozan incluso de independencia frente a la UE. España ha de abandonar la posición de mero cumplidor de las órdenes y designios del resto, contribuyendo activamente a las políticas comunes y la toma de decisiones.

Es momento de trabajar unidos para atacar este contexto de máxima urgencia. Rusia ya ha puesto a trabajar a su máquina de propaganda, informando de la guerra en suelo ucraniano como si de una realidad paralela se tratase. Vladimir Putin sabe bien lo que hace, ha sido líder del KGB y tiene las armas más poderosas que existen: los medios de comunicación.

Desde los motores de búsqueda y redes sociales ya se ha inhabilitado toda clase de ‘información’ vertida desde estos canales, de forma que la desinformación y las ‘fake news’ no intoxiquen a la población. Desde la Comisión Europa, se ha prohibido la difusión de este tipo de informaciones, lo que es normal ya que actúan como una maquina más dentro de esta guerra.

Las voces que critican estas medidas porque “va en contra de la libertad de prensa” no recuerdan el poder que este tipo de informaciones tenían durante el nazismo, siendo la propaganda una de sus mayores y más efectivas armas. Y es por eso que esta decisión no ataca a la libertad de prensa, sino todo lo contrario. Cuando estas empresas se dedican a difundir la visión del Kremlin, Europa no toma medidas contra medios de comunicación, sino contra canales de propaganda.

Estamos viviendo una guerra en toda regla y Rusia ya ha sacado todo su arsenal a pasear. Europa debe garantizar la seguridad de sus ciudadanos y cerrar este oscuro capítulo cuanto antes, para que (junto con España) puedan ponerse a trabajar en reforzar el principio de autonomía estratégica y su posicionamiento junto con los grandes bloques.