Durante varias legislaturas hemos podido observar casi las mismas leyes de educación que cambios en la dirección de Radio Televisión Española. La última salida de José Manuel Pérez Tornero como presidente de la casa reabre una vez más la batalla por el control que los gobiernos tienen y quieren para hacer con la televisión pública un elemento más de su propaganda política.
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La profesión no es lo que era, la polarización política ha polarizado aún más si cabe al poder mediático convirtiendo a los periodistas en siervos de partidos políticas y empresas. Muchos pensarán: “¿Por qué no iba a pasar lo mismo con la radio y televisión pública?” Sencillo, porque la pagamos entre todos y merecemos que los contenidos de esta sean de calidad; ya sea esta informativa, documental, cultural, histórica o educativa.
Por no decir que, fuera del poder propagandístico que de por sí un medio tiene, es un arma informativa para la protección de la ciudadanía, la cual el Ejecutivo pudo haber utilizado para educar sobre los cuidados del coronavirus. Una campaña que no se hizo en los medios y que sí se hace desde la DGT.
Es muy discutible que el tinte político de las opiniones vertidas en RTVE sea predominantemente conservador, como apuntaban miembros del consejo de administración de la casa. En nuestro paisaje mediático, de hecho, es palpable la hegemonía de las posiciones cercanas al Gobierno de coalición y a sus socios parlamentarios. Además, sobran los ejemplos que ilustran una patente afinidad entre la línea editorial de la Corporación y el Gobierno.
Lo que realmente parece querer la principal fuerza de intervención en los medios (compuesta, fundamentalmente, por personas del entorno de Podemos) es una identificación total de RTVE con la doctrina del Ejecutivo de coalición. Una aspiración más propia de regímenes en los que la información es controlada por el Gobierno. Un ejemplo más de la obsesión por obtener el apoyo de los medios públicos y privados cuando su gestión no resulta espontáneamente merecedora de buena prensa.
No es de extrañar que Pablo Iglesias quisiese en su momento hacerse con el control de RTVE. Esta semana en un programa de radio de máxima audiencia, tanto Iglesias como Carmen Calvo, dos ex vicepresidentes del Gobierno durante esta legislatura, defendieron la organización de los contenidos y contertulios en función de la representación política vigente, una suerte de cuotas partidistas con las que ejercer control sobre el medio público. Se recuerdan pocos episodios tan liberticidas como éste sin que haya comportado una condena rotunda ni del propio ente público ni tampoco del resto de medios de comunicación públicos y privados.
No es cosa de este Gobierno, eso está claro, se puede apreciar como los Ejecutivos de las regiones con televisiones públicas también meten mano de forma clara a las cadenas a modo de propaganda. Los medios y el periodismo deben garantizar la libertad de los españoles, no la buena imagen de unos políticos que no les dejan trabajar. La muerte de la información y, por tanto, de la democracia.
Va a cumplirse un mes desde que Rusia invadiese Ucrania, allá por el 24 de febrero, y la situación cambia diariamente. Un día nos acostamos con la noticia de que se habilitan corredores humanitarios que dan esperanza para un fin cercano y, sin embargo, amanecemos con nuevas imágenes de ataques a civiles
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Esta situación provoca una cierta sensación de ‘déjà vu’ histórico, recordando al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Preocupa, y mucho, la posibilidad de un nuevo conflicto a nivel mundial y especialmente a los europeos, ya que el campo de batalla presumiblemente sería Europa. Ha estallado la situación tras 8 años en cierta calma tras el conflicto por Crimea.
Ni las crisis económicas de los últimos años, ni tan siquiera la pandemia, han provocado un movimiento de fondo tan importante en términos geopolíticos como el ataque ruso a Ucrania. Especialmente, en las últimas semanas están resurgiendo viejos debates que hasta hace unos pocos meses eran tabú, pero que ahora se hacen ineludibles para ofrecer respuestas a una situación potencialmente más compleja que la actual.
Podemos enumerar cinco debates esenciales: 1) el gasto militar; 2) la energía nuclear; 3) el nuevo orden mundial; 4) la intervención sobre medios y redes de desinformación y 5) la estanflación.
El gasto militar
El envío de armamento para ayudar a la resistencia ucraniana y el aumento del gasto en defensa como miembros de la OTAN, obliga a los miembros de la Unión Europa a repensar sus estrategias militares y, muy especialmente, a cumplir sus obligaciones de inversión en torno al 2% del PIB. La subrogación de la política de defensa a Estados Unidos supone una vulnerabilidad enorme sobre la que Putin está construyendo sus ataques.
El debate está en la calle y en las instituciones; sólo Podemos y los aliados extremos se han opuesto rotundamente, mientras que los grandes partidos (PSOE y PP, aunque con dudas al inicio) han apelado a la responsabilidad y la defensa de Europa siguiendo el discurso del Alto Representante para la Política Exterior europea, Josep Borrell.
Partiendo de la base de que la inmensa mayoría de la población quiere evitar una guerra, debemos estar preparados para poder actuar de forma temprana si ésta ocurre y, con ello, evitar que en un futuro se pueda replicar lo que está ocurriendo en Ucrania.
La energía nuclear
Este alza en los precios energéticos, que son los que han crecido con mayor fuerza y los que más problemas generan para el bolsillo del ciudadano, suscitan la recapacitación acerca de la dependencia energética de terceros países que son enemigos geopolíticos (como es el caso de Rusia), reactivando las olvidadas centrales nucleares.
Una decisión controvertida, ante la que los Estados europeos se encuentran divididos. Aunque las últimas decisiones de la Comisión Europea reposicionan a la energía nuclear como una fuente más de energía de transición hacia el 100% renovable, no supone que todos los Estados deban construir este tipo de infraestructuras, pero sí establece las bases para que los inversores canalicen recursos financieros para alargar la vida útil de las actuales centrales, se siga investigando la energía atómica para uso energético e incluso como en Francia y Reino Unido, se puedan construir nuevos mini reactores.
El nuevo orden mundial
Esta guerra, se puede intuir como una demostración del poder ruso frente la atenta mirada de unos EE.UU que están esperando a que ocurra algo más para entrar directamente. Todo esto es cierto, pero no nos olvidemos de que mientras todo esto ocurre, China sigue construyendo su riqueza y su posición de dominador del nuevo orden mundial, por el que compite con los americanos, gracias a la ‘distracción’ que provoca el conflicto para la sociedad occidental.
Podríamos decir que Vladimir Putin está dispuesto a sacrificar vidas rusas, y de todo aquel que se ponga por delante, para asegurarse un cambio de paradigma que le beneficie como gran aliado de China en el panorama político actual. Y el presidente ruso sabe que esta guerra puede cambiarlo, como lo hizo la II Guerra Mundial o la caída del muro de Berlín.
Lo esperado por los agentes económicos internacionales es que esta guerra cause grandes daños estructurales a la economía mundial y, como comentamos, afecte al paradigma del nuevo orden mundial gracias al clima de gran incertidumbre en Europa.
La desinformación y los límites de la libertad de expresión
Desde el inicio de la invasión rusa en territorio ucraniano, la sociedad ha sufrido un bombardeo de información desmesurada tanto por los canales de información oficiales como por redes sociales. Como en cualquier tema que se encuentre sobre la palestra de la actualidad, la información que llega a la sociedad puede haber sido manipulada, sobre todo a través de redes sociales, donde el escudo de la libertad de expresión protege a todo aquel que pretenda desinformar.
Los medios se han convertido en un agente desinformador más, un arma de guerra empleado para confundir y educar a tu audiencia con las (des)informaciones vertidas desde estas. El ejemplo de Russia Today es, probablemente, el más gráfico de todos con su papel en la guerra. La propaganda se convierte en el pan de cada día y provoca que en Rusia mucha gente no se crea nada de lo que verdaderamente está ocurriendo.
La sociedad no ha querido afrontar la importancia de poner límites a la información, sobre todo cuando es demostrable su falsedad. El papel de los motores de búsqueda y las redes sociales debe ser el de gestor y no el de censor. Es necesario el surgimiento de más medios consolidados y con prestigio que ejerzan la posición de contrapeso de la desinformación, además de un más que inevitable papel de las autoridades públicas por razones de seguridad nacional.
La estanflación
En poco menos de un mes de invasión, Europa ya ha notado grandes cambios en su economía, la subida descontrolada de los precios de los bienes de consumo y los efectos del conflicto en la factura eléctrica y de carburantes.
Este contexto ha provocado que actualmente vivamos un solapamiento de la inflación y el PIB con la subida del precio de la energía. Eso nos lleva a una estanflación; es decir a un estancamiento con inflación, con otro valor añadido, un volumen descomunal de la deuda pública.
El shock actual que vive la economía pide medidas para combatirlo y la sociedad demanda que sus líderes se coloquen a la altura de sus cargos para proteger el poder económico de su ciudadanía.
Europa vive tiempos convulsos. El estallido del conflicto en suelo ucraniano, hace que en Europa haya que replantearse muchos asuntos dados por supuestos hasta hace pocos días. España no escapa ni mucho menos a esta cuestión que en el fondo refleja el problema de mantener una posición geopolítica complicada con una generación de líderes políticos escasamente preparados para la guerra. Esta crisis occidental provoca que se vuelva a poner en duda la autonomía estratégica de Europa frente a agentes como EEUU y la propia Rusia.
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Este ataque a Ucrania deja en evidencia el papel de la Unión Europea y la necesidad de tener capacidad propia de actuación independiente incluso de sus propios aliados cuyos incentivos no son coincidentes. Para lograr una realidad en términos de autonomía estratégica, los países que conforman la Unión deben tener una visión común y unificada sobre las decisiones que se deben tomar. La mentalidad de colmena no es algo sencillo de lograr, y es que cada país vive sus propias realidades y necesidades de forma totalmente distinta. Europa está formado por un conjunto de países con culturas, historia y estrategias independientes entre sí, por lo que conformar un bloque de actuación se antoja una tarea complicada pero necesaria.
El proceso para conseguir esta autonomía no se producirá en el corto plazo. El poder disuasorio de EEUU seguirá siendo fundamental durante muchos años si se siguen sucediendo este tipo de conflictos, por lo que hay que empezar a construir credibilidad en el exterior. Esta independencia, debe seguir siendo compatible con nuestros socios de la OTAN y hay que comenzar a trabajarla a partir de pequeños objetivos que nos otorguen cierto grado de autonomía exterior, sin dejar de contar con los americanos.
Este logro sería positivo para los americanos, ya que, al comprender los deseos de una autonomía real, estarían favoreciendo una OTAN más fuerte y cohesionada. En la práctica, en Washington las posturas siguen inmóviles por el momento, pero los americanos pueden entender con esta crisis que Rusia nunca va a dejar de tocar a su puerta. Que cada vez que intente centrarse en competir con Pekín, que es su principal rival en el actual contexto internacional, se encontrará con Moscú volviendo a actuar. Washington debe ver la ventaja de que sean los europeos los que se encarguen de su propia seguridad, o al menos tengan poder de disuasión (que es una de las asignaturas pendientes). Estados Unidos no va a abrir repentinamente los ojos a esta realidad y Europa debe hacerse valer para que esta situación se alcance lo antes posible. A día de hoy, los americanos ven la ventaja de que los europeos se impliquen: pero a través de la OTAN, no de un proyecto de la defensa de la Unión, que es el objetivo a seguir.
Este cambio de paradigma debe ser una buena noticia para nuestro país. A España se le abre una puerta que debe aprovechar para formar parte de esta ‘nueva Europa geopolítica’, debiendo recuperar una postura propositiva y proactiva frente a los socios de la Unión en cuestiones de máxima importancia, ganándose el respeto de Europa mirándose en el espejo de países como Francia y Alemania, los cuales gozan incluso de independencia frente a la UE. España ha de abandonar la posición de mero cumplidor de las órdenes y designios del resto, contribuyendo activamente a las políticas comunes y la toma de decisiones.
Es momento de trabajar unidos para atacar este contexto de máxima urgencia. Rusia ya ha puesto a trabajar a su máquina de propaganda, informando de la guerra en suelo ucraniano como si de una realidad paralela se tratase. Vladimir Putin sabe bien lo que hace, ha sido líder del KGB y tiene las armas más poderosas que existen: los medios de comunicación.
Desde los motores de búsqueda y redes sociales ya se ha inhabilitado toda clase de ‘información’ vertida desde estos canales, de forma que la desinformación y las ‘fake news’ no intoxiquen a la población. Desde la Comisión Europa, se ha prohibido la difusión de este tipo de informaciones, lo que es normal ya que actúan como una maquina más dentro de esta guerra.
Las voces que critican estas medidas porque “va en contra de la libertad de prensa” no recuerdan el poder que este tipo de informaciones tenían durante el nazismo, siendo la propaganda una de sus mayores y más efectivas armas. Y es por eso que esta decisión no ataca a la libertad de prensa, sino todo lo contrario. Cuando estas empresas se dedican a difundir la visión del Kremlin, Europa no toma medidas contra medios de comunicación, sino contra canales de propaganda.
Estamos viviendo una guerra en toda regla y Rusia ya ha sacado todo su arsenal a pasear. Europa debe garantizar la seguridad de sus ciudadanos y cerrar este oscuro capítulo cuanto antes, para que (junto con España) puedan ponerse a trabajar en reforzar el principio de autonomía estratégica y su posicionamiento junto con los grandes bloques.