El sesgo sociológico que aún causa la política de bloques

España no termina de deshacerse de la “política de bloques” instaurada hace ya más de seis años por el sesgo sociológico que sigue introduciendo en la opinión pública

FUENTE: EFE

Tras una legislatura llena de problemas en la coalición de Gobierno, el país necesita un cambio y renovación en sus instituciones. Los extremos lo complican todo y una vez comienzan a gobernar se desinflan y parte de su electorado vuelve a la realidad, como ha pasado con la izquierda radical. La extrema derecha, en cambio, es muy joven en los gobiernos y las encuestas reflejan un posible protagonismo en la configuración del futuro Gobierno, incluso aunque esté registrando una tendencia demoscópica decreciente.

El horizonte de las próximas tres semanas apunta a dos posibles escenarios: un resultado que permita una colaboración entre los dos grandes partidos, teniendo el dominante la capacidad de ser investido sin el apoyo tácito o explícito de algunos de los extremos; o un resultado ajustado donde el ganador de las elecciones requiera la concurrencia del extremo más próximo.

El afán de poder de los extremos y su ego político les impide pactar sin tener su pedazo de tarta. La extrema derecha puede comenzar a sufrir lo mismo que le ha pasado a Unidas Podemos y que, tras su paso por los gobiernos municipales y regionales en los que ha estado, ha visto su marca desinflada una vez el electorado ha podido comprobar las ineficiencias de su gestión. 

Muchos españoles confiaron en la extrema izquierda y sus líderes, que entraban al Gobierno prometiendo acabar con la ‘casta’. El discurso en los extremos es atractivo hasta que demuestran su inutilidad política. El propio Pablo Iglesias, licenciado en Ciencias Políticas, demostró que, a pesar de poder tener un cierto control teórico, era ajeno al funcionamiento práctico del sistema. 

No se puede cambiar el mundo por mucho que conozcas un mapa y , a nivel narrativo, los tonos que emplean las formaciones extremistas las acerca más de lo que las separa.

La extrema derecha no es ajena a los errores de gestión, obviamente, y en el poco tiempo que llevan dentro de Castilla y León, única región donde se puede examinar su funcionamiento dentro de un gobierno. La vicepresidencia de Castilla y León, que ocupa Juan García-Gallardo desde hace año y medio, está siendo más conocida por errores y salidas de tono que por aciertos.

La reducción del “gasto superfluo”, uno de los principales objetivos de Vox en su discurso, cayó por sí solo cuando se conoció cómo se había disparado el presupuesto de la Junta para altos cargos y cargos ‘a dedo’. O el gasto de la Vicepresidencia, que no tiene competencias más allá de las representativas porque García-Gallardo nunca quiso estar al frente de ninguna consejería. Se invierten 1,1 millones de euros para pagar al personal, pero el presupuesto que se emplea para políticas es de 112.000 euros. 

Estas situaciones en el Gobierno no se dejan pasar y Vox, con su líder a la cabeza, no ha sabido estar a la altura incluso antes de entrar. Las principales medidas y políticas de Vox están ligadas a un discurso populista, en el que se esconden para no tener que responder o exponer las medidas que no tienen y que hacen que un país funcione.  

Izquierdas y derechas, iliberales y populistas, cuanto más lejos mejor. Con la extrema izquierda hemos visto la primera prueba, y ojalá no tener que contrastarla en una segunda vuelta sólo por comprobar como funciona su antítesis política. Estos partidos suelen generar gran apoyo cuando empiezan, hasta que realmente se demuestra que no valen más que para crispar y dividir más a los españoles. 

Los cambios deben ser más que de nombre

Con la llegada de Feijóo a Madrid para liderar el nuevo proyecto nacional del Partido Popular, se abren nuevos escenarios en el panorama político. La fragmentación de la extrema izquierda en España, con la posibilidad de que Yolanda Díaz lidere un nuevo partido político, hace que más complicado que Pedro Sánchez, por más que quiera, pueda repetir el actual bloque de investidura; y todo ello en el caso de que vuelva a ganar las elecciones, algo que según las encuestas estaría muy reñido con el nuevo líder popular.

FUENTE: EFE

En este escenario se presenta Alberto Núñez Feijóo, al que confían desde su partido que vuelva a relanzarles en las próximas elecciones con el pretexto de ser un hombre que no se acerca a los extremos. Esta posibilidad, como bien decía nuestro presidente en un artículo publicado el 7 de abril en El Mundo, puede que sea la última oportunidad para abordar la posibilidad de un acuerdo de Estado que mire por los españoles. Así bien, debemos repetir que debe haber intenciones por ambas partes para llegar a un acuerdo de tal calado.

La incertidumbre ahora reside en que el cambio en el PP sea solo de nombres y no de formas de hacer política. Feijóo llega a Madrid con un cartel de político ganador, tras no perder unas elecciones desde su llegada a la presidencia de la Xunta de Galicia en 2009, sin necesidad de pactar con nadie para gobernar. No pasará eso en las próximas elecciones, en las que, en cualquier caso, tendrá que negociar en caso de ganar.

Es aquí donde Feijóo debe distinguirse del anterior líder y no alinearse con la extrema derecha frente al Gobierno, para continuar con su discurso de evitar a alinearse con el extremo y alejarse políticamente de ella, que fue uno de los errores de Pablo Casado al querer asemejarse a ellos para recuperar votantes (lo que finalmente terminó por debilitar al partido).

No estamos hablando únicamente de la posibilidad de formar un Gobierno PP-PSOE, que sería muy complicado. Hablamos de mantener unos consensos básicos que garanticen lo mejor para todos. De la responsabilidad de ambos depende la supervivencia de sus partidos para que España no dependa de los designios de la extrema derecha e izquierda.

Alejarse del iliberalismo y de los partidos populistas, reduciéndolos a oposición, traería a España la concordia que necesita tras un periodo de bipartidismo en el que, debido a la actitud de ambas formaciones, favorecieron un ecosistema de polarización social que han aprovechas los partidos iliberales que tanta fuerza han conseguido a día de hoy.

El ejemplo de Francia, un país donde la derecha y la izquierda clásica han pasado al segundo plano con el auge de los extremos y sustituidos por un centro fuerte, puede hacerse realidad en España si tanto PP como PSOE son responsables con España. Los grandes partidos constitucionalistas tienen la oportunidad de centrarse para trabajar por los españoles sin necesidad de acudir a los partidos extremistas.

Feijóo debe ser capaz de tender esos puentes que no ha sabido tender Casado, y no puede esperar a los próximos comicios para tratar de hacer ver a los socialistas que sus socios no hacen bien a España. Los cambios han de ser reales, no solo de nombres. Sánchez no debe pasar esa oportunidad y tiene que aprovechar la entrada de Feijóo para recuperar la seriedad política española, algo que la Europa actual demanda de un país importante en el continente como es España.