No había una opción buena

El pasado fin de semana se celebró la segunda vuelta de las elecciones a la presidencia de Colombia. Para quien no haya podido seguir el proceso, en esta segunda vuelta se encontraban dos polos totalmente opuestos en los extremos. Gustavo Petro se enfrentaba a Rodolfo Hernández, dos animales políticos alejados de convencionalismos y con una profunda volatilidad en sus ideas. En este caso, el resultado es lo de menos; Colombia no tenía una opción buena, lo único que podemos esperar ahora es que el ganador lo haga lo mejor posible.

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El presidente será Gustavo Petro, con lo que, por primera vez en su historia, Colombia será presidida por un Gobierno de izquierda. El problema, igual que hubiera pasado con Rodolfo Hernández, es que sus postulados son más iliberales y populistas que moderados y sensatos.  

Empezando por el nuevo líder opositor, Rodolfo Hernández ha sido un candidato alejado de todo convencionalismo. El candidato de la derecha colombiana ha fundamentado su campaña a través de videos en la red social TikTok, algo que le bastó para pasar de la primera vuelta pero que no fue suficiente para convertirle en presidente. El político, de 77 años, se negó a participar en cualquier debate con su contendor Gustavo Petro, incluso aunque un tribunal lo ordenó, también evitó estar en plaza pública porque temía ser asesinado. Su estrategia de esconderse y solo hablar en los espacios en los que se sentía seguro no le funcionó. 

El exalcalde de Bucaramanga, ‘perseguidor’ de una corrupción de la cual no escapa y que le obligará a sentarse en el banquillo por otorgar contratos públicos a uno de sus hijos durante su etapa al frente de la ciudad, ha reconocido que sus modelos políticos son Trump, Bolsonaro y Bekele, llegando a declararse admirador “del gran pensador alemán Adolf Hitler”, lo que a ojos de la mayoría de colombianos le convertía en la peor opción posible, decantándose finalmente por Petro. 

Gustavo Petro, por su parte, es muy criticado por su etapa como alcalde de Bogotá, donde su gestión es calificada como pésima. Con anterioridad, el próximo presidente colombiano fue miembro del grupo terrorista M-19. Petro no tiene la confianza del electorado, ni mucho menos, pero su contraposición con un empresario corrupto ha provocado que la balanza se haya decantado a su favor. 

Su promesa de luchar contra la corrupción, muy común en el país, es su mayor baza. Como senador y congresista dejo huella de luchador contra los políticos cuyas prácticas faltaban a la ética, aunque esto no lo convierte en un corderito. Analistas políticos y gente experta del país, cercanos ideológicamente a la izquierda, califican a Petro de “caudillista” y peligroso populista con sus propuestas respecto al Estado de Derecho. Hasta quienes le votaron no confían en él. 

No hay una opción buena, aunque esperamos estar equivocados y que la gestión del futuro presidente haga el mayor bien posible al país. Lo mismo que le ha deseado su adversario político, que espera que Petro “sepa dirigir el país y sea fiel a su discurso contra la corrupción”. 

Los cambios deben ser más que de nombre

Con la llegada de Feijóo a Madrid para liderar el nuevo proyecto nacional del Partido Popular, se abren nuevos escenarios en el panorama político. La fragmentación de la extrema izquierda en España, con la posibilidad de que Yolanda Díaz lidere un nuevo partido político, hace que más complicado que Pedro Sánchez, por más que quiera, pueda repetir el actual bloque de investidura; y todo ello en el caso de que vuelva a ganar las elecciones, algo que según las encuestas estaría muy reñido con el nuevo líder popular.

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En este escenario se presenta Alberto Núñez Feijóo, al que confían desde su partido que vuelva a relanzarles en las próximas elecciones con el pretexto de ser un hombre que no se acerca a los extremos. Esta posibilidad, como bien decía nuestro presidente en un artículo publicado el 7 de abril en El Mundo, puede que sea la última oportunidad para abordar la posibilidad de un acuerdo de Estado que mire por los españoles. Así bien, debemos repetir que debe haber intenciones por ambas partes para llegar a un acuerdo de tal calado.

La incertidumbre ahora reside en que el cambio en el PP sea solo de nombres y no de formas de hacer política. Feijóo llega a Madrid con un cartel de político ganador, tras no perder unas elecciones desde su llegada a la presidencia de la Xunta de Galicia en 2009, sin necesidad de pactar con nadie para gobernar. No pasará eso en las próximas elecciones, en las que, en cualquier caso, tendrá que negociar en caso de ganar.

Es aquí donde Feijóo debe distinguirse del anterior líder y no alinearse con la extrema derecha frente al Gobierno, para continuar con su discurso de evitar a alinearse con el extremo y alejarse políticamente de ella, que fue uno de los errores de Pablo Casado al querer asemejarse a ellos para recuperar votantes (lo que finalmente terminó por debilitar al partido).

No estamos hablando únicamente de la posibilidad de formar un Gobierno PP-PSOE, que sería muy complicado. Hablamos de mantener unos consensos básicos que garanticen lo mejor para todos. De la responsabilidad de ambos depende la supervivencia de sus partidos para que España no dependa de los designios de la extrema derecha e izquierda.

Alejarse del iliberalismo y de los partidos populistas, reduciéndolos a oposición, traería a España la concordia que necesita tras un periodo de bipartidismo en el que, debido a la actitud de ambas formaciones, favorecieron un ecosistema de polarización social que han aprovechas los partidos iliberales que tanta fuerza han conseguido a día de hoy.

El ejemplo de Francia, un país donde la derecha y la izquierda clásica han pasado al segundo plano con el auge de los extremos y sustituidos por un centro fuerte, puede hacerse realidad en España si tanto PP como PSOE son responsables con España. Los grandes partidos constitucionalistas tienen la oportunidad de centrarse para trabajar por los españoles sin necesidad de acudir a los partidos extremistas.

Feijóo debe ser capaz de tender esos puentes que no ha sabido tender Casado, y no puede esperar a los próximos comicios para tratar de hacer ver a los socialistas que sus socios no hacen bien a España. Los cambios han de ser reales, no solo de nombres. Sánchez no debe pasar esa oportunidad y tiene que aprovechar la entrada de Feijóo para recuperar la seriedad política española, algo que la Europa actual demanda de un país importante en el continente como es España.

Luchar contra lo que no queremos ser (Saber ganar perdiendo)

Una vez realizada la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia, es momento de analizar las tendencias más importantes de estos resultados en vistas a cómo puede ser el resultado de la segunda vuelta entre el actual presidente del país (28% de los sufragios), Emmanuel Macron, y la candidata de extrema derecha, Marine Le Pen (23%). De esta forma se ha quedado fuera de la segunda vuelta el candidato de la extrema izquierda, Jean- Luc Melenchon, tercero en la carrera (20%) y el resto de los rivales del más variado espectro ideológico.

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En este sentido, Francia vive un momento de baja confianza en la política, lo que se espera que se traduzca en unos niveles muy bajos de participación para dentro de una semana. En esta primera vuelta, se ha visto muy intensamente el papel de los partidos extremos y su fuerza entre la juventud y la mediana edad del país, como fuerzas mayoritarias acompañando a un Macron que no ha tenido su mejor año en lo político y en cuanto a su relación con los franceses, recordando, por ejemplo, la crisis de la vacunación obligatoria.

Entre los tres máximos candidatos a la presidencia, el voto de los jóvenes hasta los 34 años fue copado por el candidato de ultraizquierda, aunque con una tendencia que se va invirtiendo a medida que más mayores son los votantes respecto a la extrema derecha de Le Pen, que lidera a los votantes desde los 35 a los 64 años. Entre los 18 y los 64 años Macron se mantiene estable sin alejarse de sus rivales por el Elíseo, pero es a partir de los 65 años donde realmente Macron sobresale sin oposición alguna.

Podemos apreciar una clara tendencia generacional marcada por los extremismos, que copan ideológicamente a padres e hijos, cada uno más cercano a un extremo. Esta intencionalidad de voto marcada por la edad viene dada con la caída de la derecha e izquierda clásica francesas, que perdieron poder con la llegada de Macron a un sistema presidencialista tan fuerte como el galo.

Macron ha conseguido liderar la posición del centro político de su país y solo los discursos más extremistas han conseguido hacerle frente, tanto por uno como por el otro lado de la ecuación, tras años de crecimiento imparable, sobre todo la extrema derecha. En el caso de Melenchon, con un discurso más populista y atractivo para los votantes más jóvenes, pero que iba perdiendo fuerza a medida que la edad del electorado avanzaba. Con respecto a Le Pen, el tener un partido más a la extrema derecha (Zemmour) ha conseguido que su discurso de odio y xenofobia se suavice. De esta forma, la líder extremista, ha conseguido un gran aliado para blanquear su discurso iliberal y altamente incendiario, en el que se ve reflejada la mediana edad francesa, cansada de Macron y enfadada, por lo que casa muy bien con el discurso de la extrema derecha de Le Pen.

Ahora, y en vistas de lo que pueda pasar en la segunda vuelta, la gran baza del actual presidente es que el resto de candidatos, a excepción obviamente de la extrema derecha, se posicionen en su favor para tratar de convencer a un electorado, a priori, que no confía tanto en su presidente. Ante la posibilidad de que la próxima semana Marine Le Pen pueda hacerse con las llaves del Elíseo, el expresidente Nicolas Sarkozy y Melenchon, han manifestado su apoyo al presidente Macron para que no gane la candidata de la derecha radical a riego de cometer “errores definitivamente irreparables” para Francia.

Los ciudadanos franceses no deben caer en el enfado y la rabia al acudir al colegio electoral la próxima semana, y es que el panorama de movimientos de votantes de los partidos que se han quedado fuera de la segunda vuelta puede ser muy accidentado para la sociedad gala. La idea de ‘ganar perdiendo’ se recupera por el resto de los partidos para evitar un suceso trágico para el país y los líderes del resto de partidos saben de la posibilidad que hay de que parte del electorado se pase, incluso desde posiciones en las antípodas políticas, a apoyar a la ultraderecha para que no gobierne de nuevo Macron.

No debe haber, internamente, nada más opuesto a los valores de Francia que esta extrema derecha xenófoba e iliberal. Pero allí está de nuevo, mejor preparada que nunca a asaltar el castillo del liberalismo parlamentario. En estas dos semanas, a Macron le espera una montaña: armar una mayoría presidencial con los frutos de un campo, el centro, en una posición socialmente muy comprometida. Solo la responsabilidad de una sociedad como la francesa puede frenar el avance del odio en un momento de tanta inestabilidad en Europa. Francia debe ganar estas elecciones, a pesar del avance los extremismos, que nos hacen perder a todos.