No es buen momento

La aparición de las democracias representativas, la declaración de derechos del hombre, los movimientos cívicos y el derrocamiento del Antiguo Régimen. La existencia de tribunales de garantías, derechos laborales, el Estado del bienestar tal y como lo conocemos. Todos estos factores reunidos han creado en la actualidad el momento social más seguro y estable de toda la historia de la humanidad.

Por Fernando J. Múgica Soto

Ciertamente hay excepciones y no todos los países y sociedades funcionan a la perfección o defienden estas ideas hasta sus últimas consecuencias, pero estos valores ya se han afianzado en gran parte del planeta.

Este sentimiento de seguridad colectiva, política y jurídica, recogida en el pacto social entre las poblaciones y los Estados en sus leyes y constituciones ha creado un clima de orden sin precedentes. Las personas salen a la calle en muchos puntos del planeta sabiendo que si no ocurre nada extraordinario llegarán a casa sanos y salvos esa misma noche. Con conocimiento de lo que les espera ese día, el siguiente, e incluso la próxima semana, existe una capacidad de previsión y organización nunca vistas hasta ahora. Ya sea sobre las finanzas, los tiempos de trabajo o el ocio.

Sumando estos factores a las comodidades propias del Siglo XXI, se ha acuñado una frase muy característica y de uso cada vez más frecuente a lo largo de los últimos años: No es buen momento.

No es buen momento para cambiar de trabajo. No es buen momento para expresarle mis sentimientos a esa persona. No es buen momento para comprar una casa. No es buen momento para tener hijos.

Vivimos en una época en la que los perros han sustituido a los niños en las calles. Los datos demográficos nos tienen inmersos en el comienzo de una crisis en la cual el grueso de la población trabajadora, cada vez más pequeña, no será capaz de soportar el Estado del bienestar garantizado en la forma de pensiones. Los jóvenes parecen comenzar a entender que ellos no tendrán pensión, y suerte habrá si sus padres la acaban percibiendo.

Pero la tendencia sigue sin revertirse. Sumémosla al sentimiento nacional de no querer optar por aquellos trabajos más precarios, los cuales acaban siendo ocupados en muchas ocasiones por inmigrantes que sí tienen los hijos que nosotros no. Si ya nos encontramos en una época delicada en la que ciertos partidos políticos ponen el foco en la inmigración como causa de delincuencia y de la falta de trabajos para los ciudadanos de origen, ¿qué podemos esperar dentro de 15 años cuando la segunda generación de estos inmigrantes se integre y los “locales” se exalten al ver tantos rostros “de color”? Suerte tiene España, que recibe gran parte de su inmigración de Iberoamérica, donde la mayoría de los países comparten con nosotros un idioma común y una cultura judeocristiana.

Y mientras este proceso se hace cada vez más palpable y visible a ojos de todos, incluso de los que optan por una política de ceguera voluntaria, las generaciones jóvenes y no tan jóvenes siguen con la misma cantinela.

¿Cómo voy a tener un hijo si mi carrera profesional está a punto de despegar? ¿Cómo voy a tener un hijo si el precio del alquiler está al alza? ¿Cómo voy a traer al mundo un hijo que será testigo de su destrucción a manos del calentamiento global? Eso sí, las letras del coche se pagan religiosamente, la cerveza corre por litros y el peluquero del caniche es irremplazable.

Habría que preguntarle a nuestros padres si ellos disfrutaron de la baja por paternidad pagada y la garantía de retorno a su entorno laboral cuando decidieron concebirnos. Habría que preguntarles a nuestras madres si ellas tenían alguna garantía de no ser despedidas ipso facto una vez se les comenzara a notar la barriga, y en ese caso, si los juzgados estarían de su lado para garantizar una indemnización acorde. Habría que preguntarles si el Estado o el gobierno les dio algún incentivo excepcional que les hiciera estar más tranquilos a la hora de tomar esa decisión.

En términos históricos estamos en el mejor momento para tener hijos. Uno en la que nuestra seguridad laboral y social está garantizada. En la que el acceso a la sanidad para nosotros y nuestros descendientes está al alcance de todos de forma prácticamente gratuita. En el que la comunicación nunca ha estado más a disposición para garantizar ciertos aspectos organizativos inherentes a la crianza. En el que el cuidado por la integridad física y psicológica de los menores nunca ha estado más en el punto de mira.

Y precisamente por eso “no es buen momento”. ¿Por qué iba a renunciar a mis caprichos? ¿Acaso tener un hijo es tan gratificante o importante para el desarrollo de mi sociedad? ¿Estoy dispuesto a cancelar el viaje a Cancún? Un hedonismo exacerbado muy característico de la sociedad occidental de consumo, con las redes sociales a la cabeza convirtiéndonos en feligreses a nuestros nuevos Dioses, los influencers, y sus vidas de ensueño imposibles de alcanzar.

Los derechos individuales, que no los colectivos, se han convertido en el escudo de muchos a la hora de justificar sus actos; mi derecho a ser feliz. Mi derecho a realizarme como persona. Pero conviene recordar que no hay derechos sin deberes aparejados, y que fue el sacrificio y sufrimiento de muchos anteriores a nosotros el que consiguió alcanzar esta régimen de libertad que vivimos ahora.

La seguridad. La comodidad. La certeza del futuro inmediato. Nos hemos vuelto adictos a ellas. Cualquier decisión que genere un mínimo de estrés, de molestia, qué decir, de nerviosismo, es rápidamente desechada. Todo con tal de no salir de esa burbuja particular que cada individuo ha formado a su alrededor. ¡Y qué a gusto se está en ella! La droga del Siglo XXI.

Y como ocurre generalmente con las drogas, en cuanto se priva al usuario de su chute, éste entra en estado de ansiedad y angustia. Si uno elige por norma el camino fácil y de menor resistencia, llegado el momento en que se topa con la crudeza de la vida real, se sentirá débil, confundido e incapaz de lidiar con la situación, pues no ha desarrollado las herramientas necesarias para afrontarla, mucho menos entenderla. En otra época una situación análoga podría considerarse una pequeña molestia. Ahora se torna en desconcertante e irresoluble. ¿Cómo es si no posible que precisamente la época de la historia en que mayor seguridad y certeza tenemos sea también aquella en que las personas más se suicidan, pasan por más y más ataques de ansiedad y sufren más depresiones? Los psicólogos nunca han estado más solicitados y los desordenes mentales nunca han estado más de moda.

Los momentos y estados de felicidad no son ningún problema. No hay que sufrir por norma ni sufrir todos los días. Pero sería ingenuo pensar que la felicidad es o debe ser un estado de ánimo perpetuo al que uno deba aspirar. La frustración, la ansiedad, el desasosiego y tantos otros no deben convertirse en temas tabú. ¿Estar nervioso o triste significa que algo malo te pasa como persona? ¿Es recomendable huir hacia adelante para evitar unos minutos de malestar? Nos vamos a topar con situaciones incómodas que preferiríamos evitar, pero la vida está llena de ellas. Y cuanto antes sepamos identificarlas y tratarlas, mejor.

Ya sea con la paternidad, con la emancipación de los jóvenes o con asuntos laborales, en muchas ocasiones nos decimos “no es buen momento”. Igual habría que preguntarse ¿y cuándo lo será?

Por encima de la ley 

El caso que envuelve la historia entre el ministro Grande Marlaska y el coronel Pérez de los Cobos es un claro caso de la injerencia del Gobierno en la profesionalidad de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado a través de demostraciones de poder al margen de la legalidad que, finalmente, la Justicia termina por desacreditar.

FUENTE: EFE

Tras el fallo judicial, el ministro Grande Marlaska no sólo tiene que restituir al coronel Pérez de los Cobos en el cargo, tal como ordena la sentencia, sino que no debería impedir, si le queda un atisbo de decencia, que sea ascendido a general de Brigada. Pocos casos hay en España de méritos más que suficientes en una carrera como guardia civil para merecer este ascenso.

La purga de Grande Marlaska tuvo consecuencias: Pérez de los Cobos fue injustamente privado de su ascenso al generalato, pese a que contaba con la mejor puntuación, siendo uno de los coroneles mejor puntuados en las evaluaciones del Consejo Superior de la Guardia Civil. Sin embargo, su nombre nunca figuró entre los señalados por el ministro. Ahora, De los Cobos tiene derecho a que le sean reconocidos tres años de servicio al frente de un puesto de tanta relevancia como la Comandancia de Madrid, que otorga mayor puntuación para el ascenso que la que recibía en su actual destino. Y este mismo año habrá cuatro puestos que cubrir. 

El varapalo para Marlaska es monumental, ya que el Supremo confirma ahora la primera sentencia del Juzgado Central de lo Contencioso Administrativo de la Audiencia Nacional, que ya había anulado la decisión del ministro del Interior tras considerar que el cese fue una represalia por la determinación de Pérez de la Cobos de cumplir la orden de la magistrada que investigaba el denominado caso del 8-M de no informar a sus superiores.

El Alto Tribunal obliga al Ministerio del Interior a reincorporar al coronel en el que era su cargo y abonarle los devengos que le correspondían. Las reacciones no tardaron ayer en llegar y, además de los partidos de oposición, varias de las asociaciones profesionales de la Guardia Civil reclamaron la dimisión del ministro por la “persecución injusta, inmerecida y desproporcionada” a la que fue sometido Pérez de los Cobos y por la “falta de confianza” que los miembros de la Benemérita tienen hacia el propio Grande-Marlaska. 

La trayectoria del titular de Interior, que descartó ayer su salida del Ejecutivo por la decisión del Supremo, está plagada de polémicas, entre las que destacan la tragedia acaecida en la valla fronteriza de Melilla con la muerte de varios inmigrantes presuntamente en suelo español; el acercamiento de los presos de ETA a las cárceles del País Vasco, con un giro de la política penitenciaria tras el apoyo de Bildu a los Presupuestos; o la adquisición de una cinta de correr de última generación con cargo al propio Ministerio. El cese ilegal de Pérez de los Cobos es el último episodio de un ministro con una situación insostenible y que sigue aferrado al cargo, pese a que ha tenido durante su mandato razones de peso para presentar su dimisión.   

Cuando el Gobierno solicitó irregularmente a Pérez de los Cobos toda la información posible sobre la investigación de la manifestación feminista del 8-M, el principal perjudicado por dicha causa era José Manuel Franco, delegado del Gobierno en Madrid. Franco fue finalmente exonerado, pero el Gobierno temía que la imputación se extendiera también a Fernando Simón. La petición de información al coronel fue, por tanto, un intento de disponer de información clave que le habría permitido al Gobierno anticiparse a la imputación de cargos clave durante la pandemia.  

La decisión del Tribunal Supremo es una mancha más en el historial de un ministro del Interior que, en otras etapas de la democracia, ya habría sido fulminantemente cesado por el presidente del Gobierno. Hay que recordar que fue el propio Marlaska el que afirmó en el Congreso que no iba a dimitir porque «no había cometido ninguna ilegalidad». 

Después de los cambios que se acaban de acometer en el Gobierno, Sánchez ha perdido una buena oportunidad para relevar a Marlaska, aunque fuese por unos meses.