Estados Unidos, China y Europa como su ‘patio trasero’

La pandemia y la invasión rusa de Ucrania han acelerado la mayor parte de los cambios geopolíticos que estaban fraguándose en los últimos años. Lo que tuvo su primera manifestación como «guerra comercial», ahora ya es la disputa central para copar el liderazgo global. Esto ya no va de ideologías: va de control territorial y poder económico. Éste es el principal mensaje que debe ser entendido por la política europea y redirigir sus ‘proyectos estrella’ como la transición verde y digital hacia una fórmula de ‘autonomía estratégica’ seria y realista.

FUENTE: EFE

China continúa creciendo, incluso a pesar del enorme coste económico y social que ha tenido la política de «COVID cero», y parece aparentemente ajeno a todo lo que le rodea en términos políticos. Pero los más recientes movimientos geopolíticos están clarificando su estrategia día a día, siguiendo los pasos de Estados Unidos, quien ha apostado casi un «all-in» con la mayoría de sus aliados tradicionales.

Es lo que sucede con la OTAN, su apoyo ya no tácito sino explícito militar a Ucrania, sus relaciones con Marruecos (y sus posibles efectos con nuestra ruptura de relaciones con Argelia por ser aliada de Rusia y China) y la actitud con Oriente Próximo, en un momento delicado de la región donde la balanza se puede inclinar con cierta facilidad hacia el eje Rusia-China.

Lejos ya queda la tensión de los últimos años con Europa para que ésta contribuyera a una financiación más equilibrada de su política de seguridad y defensa (el famoso 2% del PIB comprometido con la OTAN). Ahora, la Administración Biden está demostrando sus intenciones de fondo: lealtad frente a “los enemigos” prometiendo protección. Un Estado “padre protector” que vela por sus intereses sobre el resto de regiones.

Un ejemplo práctico: Oriente Próximo. En los últimos contactos, la tónica es la misma: exponer sus líneas maestras de actuación y dejar claro que es “un socio activo” y comprometido en la región, a la vez que pide una integración real para Israel, sabiendo que muchos de estos países apoyan a Palestina. La influencia de Irán, aliado de Rusia y China en este lado del globo, es otro de los puntos a frenar por parte de Biden. No deja de ser importante la presencia indirecta norteamericana en el desarrollo de las protestas sociales iraníes, aunque no buscando una total desestabilización.

A Estados Unidos (y a Europa) le preocupa China y sabe que ante Rusia es un posible escudo ya que, mientras en Europa sufrimos las consecuencias económicas de la invasión rusa de Ucrania, China es capaz de ser autosuficiente incluso en sus planteamientos de política exterior. Una vez pasado el momento de tensión en torno a una reunificación con la isla de Taiwán, China ha pasado a convertirse en un actor decisivo pero con el riesgo de cronificar la deriva de Putin, ya que no apoya sus decisiones (en todos los comunicados del Ministerio de Exteriores chino se alude al respeto a la integridad territorial de los países), pero no puede dejar caer a Rusia, ayudándola en los últimos meses a comercializar el petróleo y gas que ha dejado de vender a Europa.

En definitiva, las piezas del tablero que manejan USA y China son lo suficientemente importantes como para estar vigilantes sobre lo que sucederá en los próximos tiempos. Mecanismos de gobierno global como el G-20 sirven para ver hasta qué punto existen fricciones irreconciliables a corto plazo, provocando una gran pérdida de las identidades y decisiones nacionales con amplitud de miras hacia el exterior. La gran excusa de la protección para los países occidentales, mantenida desde la Segunda Guerra Mundial, parece irreversible porque a nadie le ha interesado atajarla, y menos a Europa que se encuentra en medio de todo y, sin un planteamiento fuerte sobre cómo está cambiando el equilibrio global de fuerzas, será quien más sufra los efectos de una nueva Guerra Fría.