
El domingo pasado, Argentina se encontró atrapada entre dos formas de populismo de signo opuesto. Por un lado, está el peronismo clásico, una corriente política manchada por la corrupción, que ha gobernado durante décadas y ha llevado al país a un fracaso económico y social de proporciones gigantescas.
FUENTE: EFE
Por otro lado, se encuentra un nuevo peronismo pero en forma de un experimento libertario y antisistema que promete poner fin de una vez por todas a la ‘casta’ política. Los argentinos tomarán su decisión el próximo 19 de noviembre, eligiendo entre estos dos modelos, representados por dos figuras muy controvertidas: Sergio Massa y Javier Milei.
Es sorprendente para muchos que Argentina, donde profesionales altamente cualificados ganan 300 euros al mes y pierden 60 en la siguiente nómina debido al cruel repunte de la inflación, haya optado por la continuidad. El país espera los resultados de una segunda vuelta para confirmar la victoria del peronismo o resucitar la opción de Milei, un provocador sin límites que ha ganado popularidad a través de su actitud desafiante, pero que también podría fracasar debido a la misma razón.
El lastre de Massa es innegable y su desafío es monumental. Como ministro de Economía, no ha sido capaz de controlar la inflación descontrolada, detener el aumento de la pobreza y revertir la caída del PIB. La pobreza se ha convertido en un recurso político, generando un gran número de votantes sumisos que, inicialmente, entregan su voto por intereses personales y, con el tiempo, por inercia.
Las democracias mueren y las naciones prósperas se desmoronan cuando la política descubre una fórmula escalofriante pero efectiva para prosperar: crear problemas y luego ofrecer soluciones temporales, lo suficientemente efectivas como para obtener apoyo electoral, aunque sin resolver realmente los problemas subyacentes.
Javier Milei, un candidato que ha acaparado la atención política en el país en los últimos meses, obtuvo el 30% de los votos con un programa de propuestas radicales que incluyen la dolarización de la economía, la eliminación del Banco Central y de los ministerios de Salud, Educación y Obras Públicas, la promoción del libre uso de armas y la posibilidad de legalizar la venta de órganos.
La combinación de populismo y demagogia nacional-católica, enmascarada bajo una apariencia de ideas liberales o libertarias, puede dar lugar a un enfoque político problemático. Esta mezcla utiliza símbolos nacionales y religiosos para atraer apoyo popular, a pesar de promover políticas que no están en línea con los principios de la libertad. No es casual que en sus eventos políticos se vean jóvenes ondeando banderas confederadas y que Javier Milei insista en que “los liberales son superiores estéticamente”.
Los populistas, en todas sus variantes, se aprovechan del descontento social, como el caos económico actual en Argentina. El país necesita estabilidad económica, social y política, y confiar en alguien con una estabilidad emocional precaria no es la solución. Un simple vistazo a los discursos de Javier Milei revela su tono delirante, su agresividad y su lenguaje frenético, características típicas de un populista, siguiendo el estilo de políticos como Donald Trump.
La afirmación de Milei de que “Dios es libertario y su modelo es el libre mercado” contradice uno de los fundamentos esenciales del liberalismo, lo que demuestra una falta de comprensión del concepto. Esta perspectiva también ha contribuido a distorsionar el término “liberalismo”, que en sus inicios buscaba separar el poder del Estado de la religión, promoviendo un Estado laico y secular, lo opuesto a lo que defienden Milei.
Ambos extremos lograron dominar la elección del domingo, dejando fuera de la contienda a la derecha tradicional representada por Patricia Bullrich, a quien Milei ahora busca unir después de meses de duros ataques, para formar un frente unido contra el peronismo. La segunda vuelta se disputará entre el voto de protesta y el voto del miedo, cuando más que nunca se necesita un voto basado en la razón para sacar al país del agujero en el que el peronismo lo ha sumido.