
La última semana de octubre ha sido una fiel representación de la fase de inestabilidad y continuos juegos de equilibrios políticos que comenzó en 2019 y que amenaza con prolongarse al menos un año más. En menos de una semana hemos pasado de estar muy cerca del primer gran acuerdo entre los dos principales partidos a estar a años luz del acuerdo por una desconfianza mutua a la que ni el resto de los partidos moderados ni la sede de la soberanía nacional han sabido o querido contribuir a mitigar.
FUENTE: EFE
Esas elecciones fueron un triunfo de la sociedad española, ansiosa de democracia tras tantos años a la sombra del franquismo. Una victoria social que abrió un verdadero Estado de bienestar o la educación pública gratuita hasta los 16 años. Aquel octubre de 1982 en el que la sociedad española se movilizó por el futuro del país.
Enquistar el problema del gobierno de los jueces, ya de por sí manejados por el poder político de turno, ha generado una reacción incluso más disparatada de lo que cabría pensar. En este momento, sólo se habla de táctica política y no de estrategia. El principal partido de la oposición cayó en un error de manual de cualquier negociación abierta como es circunscribir las conversaciones con el Gobierno a la renovación del CGPJ cuando era plenamente consciente de que había otros factores que podían condicionar en el resultado. En el caso del partido dominante de la actual coalición de Gobierno, le traicionó la ambición y la impaciencia por cerrar acuerdos con sus apoyos parlamentarios para el próximo año.
En un terreno tan embarrado y en un nivel tan alto de recelo por ambas partes, es muy difícil lograr una solución si no hay un cambio de negociadores en ambas partes y un cambio total de escenario negociador. Ya ni siquiera serviría una ayuda proveniente de las instituciones europeas, tal como abogábamos hace unos días en esta misma newsletter. Es necesario estudiar qué camino alternativo dentro de la provisionalidad puede establecerse para volver a negociar dentro de un tiempo.
Tristemente, no es la primera vez (y probablemente no será la última) que se produce un desencuentro constitucional tan grave. Precisamente, la perspectiva histórica que da la celebración de los 40 años de la victoria del PSOE en las Elecciones Generales del 28 de octubre de 1982 ayuda a diferenciar los momentos de grandes acuerdos y profunda voluntad reformista de los momentos de mayor enfrentamiento y diferencias en los partidos que han ido representando las tres cuartas partes de la sociedad española desde 1977. Incluso, los aniversarios de estos acontecimientos clave son buenos indicadores del grado de conflicto. En estos últimos años nos hemos acostumbrado a que la celebración de efemérides clave en la joven democracia española sea una escenificación más del desencuentro constitucional profundo en el que nos encontramos, y un momento especialmente delicado para los líderes históricos que encarnan cada efeméride.
Incluso, algunos liderazgos políticos del pasado, hoy al menos considerados como liderazgos morales, sufren de un pánico escénico que los lleva a no querer verbalizar lo que verdaderamente piensan. Si bien es cierto que hay momentos en que es preferible optar por la corrección política basada en un discurso sin demasiadas complicaciones, no es menos cierto que, una vez que se acepta representar en público un determinado papel, es necesario (incluso podríamos decir imprescindible) dejar muy clara la posición mal que le pese a la mayoría de la audiencia presente.
En un mundo de tendencias polarizadoras, la autoridad moral que da un desempeño acreditado y prolongado de cargos políticos relevantes, más aún si se trata de liderazgos significativos, se hace más necesaria que nunca. Y su buen uso es fundamental para no desgastarse en lo pequeño y actuar en lo grande. Acumular un buen stock de capital político es un proceso lento y complejo, pero perderlo es rápido y sencillo. Por ello, es un valor que debe gestionarse con prudencia, sabiendo cuándo y cómo tiene que tomar una posición de riesgo que ayude a acabar con la deriva radical tanto en los discursos como en la acción política, en el fondo y en la forma (sin ir más lejos, el tipo de apoyos políticos). En algunos casos, es preferible dar un paso atrás y buscar un foro diferente.