El bulo (que no es) de la cita previa

El otro día asistimos a un acalorado debate en el Congreso donde hemos podido presenciar un nuevo ataque de ira del ministro Escrivá, señal inequívoca de la inseguridad que provoca no estar de acuerdo con sus propios planteamientos.

FUENTE: EFE

El ministro de Seguridad Social acostumbra a tomar posiciones airadas, sea en las Cortes o incluso en las redes sociales, cuando alguien le lleva la contraria. Es lo que ha sucedido en estos días pasados en el Congreso tras la acusación por parte de la oposición sobre el hecho de que hay que pedir cita previa para ser atendido en las oficinas de la Seguridad Social, así como las advertencias de que algunos autónomos tendrían que devolver las ayudas por cese de actividad que recibieron al comienzo de la pandemia. 

El problema es que la primera acusación es bastante fácil de comprobar en la web de la propia Seguridad Social, en la que se indica claramente que “la atención al ciudadano en las oficinas de la Seguridad Social requiere disponer de una cita”, aunque ahora el ministro Escrivá trate de enmendar su error diciendo que “al 25% de personas se las atiende directamente”, sobre todo a colectivos vulnerables y a realizar trámites urgentes. Lo que está claro es que el mensaje de la web del sistema no es una recomendación, sino más bien una orden. Escrivá ha errado. 

Este modelo de citas, que lleva instaurado desde inicio de año, buscaba instaurar un orden y agilidad a la Administración que solo ha conseguido empeorar la asistencia. Con un sistema colapsado en el momento con más empleados públicos de la historia, algo digno de analizar más que de intentar desmentir, el clásico “vuelva usted mañana” se ha instaurado hasta en la vía telemática. 

La cita previa obligatoria pudo tener algún sentido en el momento inicial del caos que supuso la pandemia, pues se trataba de evitar las aglomeraciones y de salvar la vida de las personas.  Hoy en día, y pasada ya esta situación, ni tiene sentido ni cobertura legal. Por ello, sorprende la generalización que se está produciendo de este sistema. En rigor, solo debería tener sentido cuando se preste un servicio muy específico que requiera una especial atención a la persona, pero no en los registros administrativos ni en la generalidad de las Administraciones públicas. 

Esta herramienta se ha convertido en un trámite más que no está previsto expresamente en las normas que regulan los procedimientos administrativos.  Provoca un deterioro de los servicios públicos que solo encuentra explicación en una mala gestión y planificación por parte de los responsables y de los directivos públicos que la implantan. 

Lo más grave de esta situación son las acusaciones, recogidas por el periódico ‘El País’, de ciudadanos que tienen que recurrir a un “mercado negro de citas” para conseguir sentarse delante de un funcionario. La pandemia nos ha dejado la secuela de la cita previa, provocando la insuficiencia productiva del funcionariado, que han visto relajada su jornada con atenciones más espaciadas dejando como consecuencia el cuello de botella existente en la actualidad. 

En fin, la pandemia ya no puede justificar que se cambien los métodos de trabajo en la Administración. Es posible que exista una falta de funcionarios en muchas Administraciones, pero la solución no puede ser la cita previa obligatoria, sino una adecuada planificación del servicio y un redimensionamiento de las plantillas de personal. 

El diálogo social del sector constructor marca el futuro de las pensiones

A la espera de su aprobación en el Congreso de los Diputados, el ministro de Seguridad Social José Luis Escrivá ha presentado su ley para el ‘Impulso de los planes de pensiones de empleo’. Una medida necesaria pero con problemas de viabilidad tras haberle sido negados 26 millones de euros por parte de Hacienda para las deducciones fiscales que piden formaciones políticas de la oposición para apoyar esta reforma

FUENTE: EFE

Esta norma no será fácil de aprobar si el Ejecutivo no se abre a aprobar más incentivos fiscales en el Impuesto sobre Sociedades para las aportaciones empresariales a los planes de pensiones de sus trabajadores. En este punto, pero también en el propio modelo, nuestro país va por detrás de sus vecinos europeos. Países como Francia ya tienen más desarrollados los planes de pensiones complementarios y de forma más sectorial, mientras que en nuestro país solo el sector de la construcción acaba de establecer la implantación de un plan de pensiones colectivo de empleo.

Nuestro sistema de pensiones público de reparto ya es deficitario incluso si se excluyen las pensiones no contributivas, a la espera de unas soluciones que no terminan de llegar a pesar del paso de las legislaturas y del empeoramiento del contexto que las rodea. España necesita medidas urgentes que son costosas en términos políticos y sociales.

El Gobierno tendría que haber aprobado ya la normativa de los planes complementarios diseñados por Escrivá, pero su tramitación y posterior aprobación en el Congreso está avanzando con cuenta gotas. Mientras tanto, las empresas y sindicatos siguen apostando por la previsión social complementaria mediante la figura de un plan de pensiones colectivo de empleo (sin que haya previsión pública en las aportaciones y reembolsos), suscrito como pionero el sector de la construcción y que beneficiará a cerca de 600.000 asalariados del sector y otros 300.000 trabajadores autónomos. Es la extensión a toda España del modelo vasco de las EPSV, el cual no pasa por sus mejores momentos, dada la necesidad de cambiar en profundidad el enfoque sobre las empresas industriales y la propia estructura del mercado laboral.

España necesita reformas de calado y desde Bruselas se las están exigiendo. Que se retrase o no se avance en negociaciones como esta o la nueva reforma del RETA, son una mala noticia para el país. Crear una buena regulación de estos productos complementarios a la pensión pública (y con independencia de los planes de pensiones individuales) ayudaría a desahogar un sistema que actualmente tiene un déficit por encima de los 19.000 millones de euros. La llegada a la edad de jubilación de los ‘baby boomers’ y el rebote en la pirámide poblacional hará que las pensiones bajen al ritmo al que aumenta el coste de la vida, por lo que este segmento no tendrá asegurado con la pensión pública el poder paliar sus necesidades.

Para que un sistema generalizado de planes de empleo funcione bien es imprescindible el apoyo de los empresarios y los trabajadores, algo con lo que no cuenta Escrivá en estos momentos. Los empresarios piden que se den ayudas a las aportaciones empresariales a los planes más allá de las desgravaciones, pidiendo deducciones en el Impuesto sobre Sociedades. Para los sindicatos, los nuevos planes colectivos de empleo tienen escaso control y participación de los trabajadores en su gestión, lo cual genera problemas de alineación entre contribuyentes a los planes y sus representantes con la gerencia externa que se encargue de la gestión financiera (dónde invertir, durante cuánto tiempo, cómo rotan las carteras de inversión…).

El tiempo apremia, pero hay que hacer bien las cosas. Ese es el enorme reto del ministro Escrivá.