El discurso

Cortita y al pie. Felipe VI aprovechó el clásico espacio para su discurso navideño para lanzar un mensaje masticado y claro para todos. 

Unos minutos en los que los españoles que se quedaron frente al televisor pudieron disfrutar de un producto muy intencionado que arrancó con alusiones a la guerra de Ucrania y sus efectos sobre los más vulnerables en nuestro país, poniéndose en la piel de los que peor lo están pasando frente a esta situación y pidiendo a los gobernantes más trabajo para frenar la permeabilidad del conflicto en nuestra sociedad, que está calando debido a la debilidad de la toma de decisiones.

Hemos perdido un valor que tanto costó forjar y tanto aportó durante la Transición. Me refiero al consenso que ha sido sustituido por una confrontación que va más allá de la lógica disputa entre partidos. La tarea parlamentaria se ha tornado tan bronca que el Diario de Sesiones del Congreso está plagado de expresiones de corte tabernario. La responsabilidad está repartida pero la estrategia de la provocación que con tanto éxito inicial introdujeron en el hemiciclo los portavoces de algunos de los grupos minoritarios -de Gabriel Rufián al Pablo Iglesias de sus primeros tiempos- ha permeado hacia otros partidos. Los diputados se faltan al respeto y no siempre la presidencia de la Cámara acierta a reconducir los debates.

De esta forma entraba en terreno pantanoso, las instituciones. Un tema evidente en el panorama político en el que no creíamos que fuese a entrar, pero esta incamuflable situación afecta a nuestra convivencia como país y él, como jefe de Estado, tuvo que entrar. Felipe VI enumeró de forma explícita tres amenazas: “La división de la sociedad”, “el deterioro de la convivencia” y la “erosión de las instituciones”. La apelación al “espíritu” y los principios que vieron nacer hace ya casi 45 años la Constitución de 1978 que no deben “debilitarse ni caer en el olvido” porque “son un valor único en nuestra historia constitucional y política” no revestía halo alguno de nostalgia sino de ejemplaridad práctica y cotidiana.  

Ignorar los riesgos contra la democracia hoy puede tener consecuencias impredecibles. El escenario internacional pero también el nacional explican la convicción europeísta del Rey, que pidió el mayor compromiso de todos con la democracia y con Europa. No sonó como frase hecha o rutinaria, sino como aviso sobre asechanzas que pueden desequilibrar la estructura institucional de la democracia y arruinar lo que la mayoría probablemente siente como sustrato deseable o, según el Rey, “la serenidad, la paz, la tranquilidad” que tanto contrastan con la agitación política que estamos viviendo.

Que no todos sus actores hayan estado a la altura no significa que en el país que dibujó el Rey no sigan cabiendo todos desde el respeto a la dignidad de las personas, sean cuales sean sus convicciones. La defensa de la voluntad integradora, frente a la pulsión excluyente, pasa por lo que Felipe VI llamó “el lugar donde los españoles nos reconocemos y donde nos aceptamos los unos a los otros, a pesar de nuestras diferencias”.

Sin duda, tanto en el fondo como en la forma, de los mejores discursos nunca pronunciados por el Rey, un discurso que, además, le posiciona una como el más serio responsable público de su generación y sin duda el que mejor está realizando la función que la constitución le ha encomendado.  

1 comentario

  1. A. Javier dice:

    Soy republicano convencido, pero si en los próximos meses hubiese un referéndum al respecto votaría a favor de Felipe VI (aunque signifique más monarquía). Los políticos actuales no me representan.

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