
Ha terminado el mes de enero, pero para algunos actores relevantes de la política española, la famosa ‘cuesta’ del mes continúa más allá del fin de enero y pronunciándose cada día que pasa. No puede decirse que los últimos días hayan sido los mejores del actual Gobierno de coalición, tanto en la clave interna como externa (entre otros elementos, nunca antes se había producido un desaire diplomático tan grave como lo sucedido con el rey de Marruecos).
Su resistencia la está poniendo a prueba el socio minoritario, que a su vez divide las tensiones en dos facciones: la encabezada por la vicepresidenta Yolanda Díaz, y la que dirigen Irene Montero e Ione Belarra. Conscientes de que las disputas políticas entre socios las ganan siempre los más radicales, Podemos es quien primero mueve ficha, asentando sus posiciones ante la opinión pública para, después, provocar la reacción de los ministros del PSOE sin que haya una crítica pública y estructurada de los mismos que permita corregir el rumbo de la coalición.
Teniendo en cuenta que esta coalición comparte un rasgo diferencial como es la más que patente carencia de principios básicos y bases sólidas de trabajo y experiencia, el terreno de juego se desplaza hacia quién es capaz de crispar más, cómo hacerlo de manera que haya un efecto multiplicador en los medios de comunicación y quién será el que mejor lo pueda capitalizar en términos electorales.
Ante este ‘círculo vicioso’ que tensa cada día más las costuras de la coalición, el presidente del Gobierno y algunos de sus ministros están haciendo los primeros amagos de desviarse de este rumbo, buscando elementos que puedan legitimar un ‘giro hacia la centralidad’. Obviamente, se trata de táctica electoral, no de un reconocimiento de los errores cometidos y la voluntad de cambiar de políticas.
Apoyados en hacer una lectura al pie de la letra y sin contexto de las cifras de crecimiento económico pasadas (porque las presentes son de 0% o incluso recesión), intentan construir un discurso donde defienden los logros económicos y sociales de estos últimos años, minimizando el coste político y social que ha tenido resistir durante casi cinco años con unos apoyos centrífugos y extremos.
La batalla política de los próximos meses se va a jugar en este terreno: hacer creer a la ciudadanía que haber gobernado con Podemos, haber pactado con Bildu o las múltiples concesiones a ERC han sido males necesarios que no conllevan coste o riesgo alguno para la estabilidad futura de España, porque gracias a ellos se ha obtenido buenos resultados económicos, políticos y diplomáticos.
No hace falta hacer un análisis muy exhaustivo para darse cuenta de que los logros no han sido tales, y que el coste de introducir en el corazón de la gobernabilidad de España a aquéllos que la pretenden destruir es una enorme losa futura que aún hoy no sabemos cómo se podrá gestionar.