
Hubo un tiempo en el que vivíamos en un país digno. Un país capaz de perdonar su pasado y mirar al futuro. Que sabía perfectamente cuáles fueron los errores del pasado y miraba el porvenir con ilusión. Con todas sus limitaciones pero también con la fuerza de su reconciliación.
FUENTE: LA RAZÓN
Pero entonces todo cambió. El perdón tornó en revancha. El recuerdo en dolor. Y el orgullo de su reconciliación fue destruido a fuerza de considerarlo impostado. Lo que fue una transición digna, compartida y trabajada por todos, hoy es cuestionada y ultrajada.
Y a fuerza de hurgar en las heridas, se despertó lo peor que siempre tuvo España: el odio. Cuando despojas a una sociedad de sus símbolos y su orgullo, sólo obtienes miseria. La miseria moral del enfrentamiento identitario. Nos han despojado de nuestra identidad compartida.
Y ahora, pretenden construir identidades que lejos de unirnos nos enfrentan, nos dividen y nos debilitan. Nos clasifican entre buenos españoles y malos españoles. Todos hablan de patria, unos desde su conciencia de clase, otros desde el amor y la unidad de destino.
Todos aluden a una patria a la que profundamente denostan. Porque no es más patriota el que más defiende lo público, ni es más patriota el que con más orgullo defiende su unidad. Es patriota el que defiende lo que con tanto esfuerzo conseguimos: la dignidad como pueblo.
Una dignidad que construimos desde la ilusión compartida por vivir en democracia. Una democracia que pertenece a todos. Esa es nuestra verdadera unidad de destino y nuestro patriotismo social máximo. El respeto, la tolerancia y la libertad que tanto nos costó construir.
Cada vez que tengas la tentación de ver al otro como enemigo, recuerda a Santiago Carrillo y a Adolfo Suárez entre otros muchos. En ellos está nuestra dignidad como pueblo. En ellos está nuestra unidad de destino. La que hará que veas tranquilo el telediario con tus hijos.
Qué sabias palabras. Cuánto bien pueden hacer a todos los españoles, al contrario que los que polarizan. Y a mayor responsabilidad mayor sensatez se requiere. Qué pena de gobernantes actuales.