
Es ley de las organizaciones sociales que el debate en órganos de responsabilidad compartida y la asunción colegiada de responsabilidad por la gestión ayudan a la mejor toma de decisiones.
Cuando a las organizaciones a las que nos referimos son los partidos políticos que según el título preliminar de nuestra Constitución “expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política” y vienen obligados a que “su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos” cualquier alteración de su buen funcionamiento puede devenir en deterioro de la esencia de nuestro derecho básico a la participación democrática.
Desde la generalización de los partidos se alertó de los riesgos que la creación de oligarquías cooptadas o seleccionadas por un proceso ascendente desde las bases de militantes pudieran dar origen al dominio de los elegidos sobre los electores o de los mandatarios sobre los mandantes. Ese posible control de la acción política y representativa por comisiones de gestión o ejecutivas elegidas por bases de militantes suficientemente amplias y representadas por medios intermedios de control ha sido sustituido en la práctica por un sistema de liderazgo personal que elimina los mecanismos de control y anula el debate previo en lo teóricos órganos de decisión que se convierten en meros instrumentos de aplauso y ratificación. Y a veces hasta esta formalidad se omite.
Los líderes políticos que en un principio no eran mas órganos ejecutivos de una voluntad colectiva, sujetos a sistemas de control con estructura pareja a las parlamentarias se emancipan de la militancia y se hacen independientes de su control. La introducción del sistema de “primarias” con el propósito de “democratizar” y revitalizar la participación de la militancia en la vida partidaria ha conseguido el efecto absolutamente contrario al pretendido eliminando las estructuras de control intermedio. Ese efecto unido al desprestigio de las instituciones de los partidos políticos, la reducción de su militancia y su profesionalización, donde cada vez un mayor porcentaje de la militancia son receptores de favor político a través del patronazgo político o defensores de puestos bien retribuidos cuyo disfrute se debe a su adhesión al mando de la organización. El resultado es que se ha anulado la imprescindible y exigente deliberación intermedia que implica la democracia indirecta.
Las primarias sustraen todo contrapeso porque el líder no responde más que a una masa que en la práctica no sabe ni puede controlarlo. La persistencia en el poder se encuentra muy reforzada por dos mecanismos: poder decidir las normas y plazos –frecuencia breves y sorpresivos– de su reelección y administrar la lealtad de los cuadros y bases configurando las listas electorales y otros puestos remunerados. Se crea así una militancia de dependientes donde cada uno tiene mucho que perder enfrentándose al liderazgo que pasa a núcleos extremadamente limitados.
Las “primarias” que se importaron de países que eligen cargos en listas uninominales se fueron consolidando para disminuir el grado de control de los aparatos políticos en la elección de candidatos y garantizar la elección de estos por un cuerpo electoral amplio y controlado que incluso puede llegar a todos los ciudadanos afectados a través de un sistema de registro o interés. Esta práctica se ha mal importado a España, sin duda con un ánimo participativo de quienes la promovieron, pero se ha convertido en el principal instrumento de secuestro del funcionamiento democrático de los partidos a cargo de las cúpulas de dirección.
Todo ello suponiendo que las primarias se hicieran en pureza democrática porque frecuentemente se vulneran con descaro por el líder y su entorno hasta las indulgentes normas que ellos mismos escribieron para favorecerse y mantener incólume su poder ante la crítica e incluso ante el resultado malo o pésimo de su gestión.
Las primarias se constituyen en instrumento adicional de blindaje de su continuidad. Para las elecciones madrileñas, cuatro partidos que concurren y prevén en sus estatutos celebrar primarias las han eliminado sin disimulo justificándose o las han organizado con escarnio en plazos exprés, sin reglamento y sin pudor en la falta de neutralidad. En este mismo contexto PSOE, PP y Ciudadanos ya han anunciado pretender retrasar el Congreso Ordinario respecto a cuando cada uno les tocaba. Sin que nadie en la militancia retribuida manifieste oposición.
España tiene muy difícil salir de esa espiral perniciosa que perjudica gravemente a la calidad de la política porque mucha de la actual clase política son perfiles de profesionales de la política sin ninguna otra actividad conocida elegidos por dóciles primero y luego déspotas administradores del control interno. El mérito y experiencia ajeno a la actividad orgánica se considera más impedimento que factor habilitante. Siendo suaves hemos perdido cualquier criterio de capacidad y mérito en la selección de quienes nos gobiernan y también la capacidad de controlarlos.
Solo la reacción de muchos españoles de a pie, desde la sociedad civil y especialmente también por quienes hacen el esfuerzo de intentar cambiar los partidos desde dentro, podría revertir la situación. España necesita y desde luego merece recuperar urgentemente una exigente democracia interna en sus partidos para que pueda renacer una política altruista en ideas y liderazgos.
Sumemos al perverso sistema de primarias que frecuentemente terminan no celebradas, anuladas, negados el acceso. manipulados los censos, con acusaciones el fraude telemático y frecuentemente en un juzgado. Por favor no nos engañen con las primarias, si estas deben celebrarse, que sean con base amplia, regladas y con las garantías de control de cualquier otro sistema de elección público. La selección de nuestros líderes es tema de radical importancia para abandonarlas en manos de militancias residuales de los partidos.
Totalmente de acuerdo. Esto no es democracia. Es PARTITOCRACIA EXTRACTIVA.