
Como si de un juego se tratara, el incumbente (el presidente Sánchez) ha sido hábil a la hora de jugar sus cartas, amoldando el escenario de los debates que se producirán y lanzando un órdago al aspirante (Núñez Feijóo) a sabiendas de que éste va a buscar un desvío que le pueda ser beneficioso.
Los seis debates propuestos por el presidente Sánchez es la pura imagen de la exageración política, instalada en este clima electoral que se dilatará sobremanera en el tiempo. No sólo importa el número de debates propuestos sino su composición. Un debate a dos escenifica la vuelta del bipartidismo, mientras que un debate a cuatro (incluyendo a Vox y al resultado que salga de Podemos y Sumar) profundiza la política de bloques por la que se ha caracterizado la legislatura que está acabando.
Núñez Feijóo parte, a priori, como favorito ante el hartazgo de la sociedad española del Gobierno de coalición. Pero, cuidado, el que más tiene que perder es el líder popular, el cual cuenta actualmente con una probabilidad más alta de ganar las próximas Elecciones. Ante este escenario, el planteamiento de los debates debe hacerse desde dos perspectivas. Por un lado, desde el punto de vista político-estratégico, los candidatos favoritos suelen ser los más reticentes a aceptar estos debates. Es lo que le sucedió al propio Sánchez con Casado en abril de 2019, teniendo que compartir escenario con Iglesias y Rivera, los cuales tuvieron su máxima representación en votos y escaños. Con lo cual, el favorito arriesga una posición que le puede llevar a la derrota.
El ejemplo más claro al respecto de los debates electorales es el Kennedy-Nixon de 1960, que fue el primer debate televisado. Todo el mundo está de acuerdo en que la clave para que John F. Kennedy se alzase como indiscutible ganador en aquel primer enfrentamiento en televisión fue, precisamente, su aspecto. Pero era Nixon quien, antes de este debate, partía como favorito sobre un joven Kennedy.
JFK supo seducir a los espectadores con armas con las que Richard Nixon no contaba. Para empezar, un control sobre sus nervios que le hizo sonar más tranquilo, elocuente y firme en sus afirmaciones. Su oponente, en cambio, no dejaba de sudar, algo que fue perceptible al otro lado de la pantalla, y erró en diversas ocasiones al hablar. Sí, los nervios traicionaron a Nixon.
Por otro lado, más allá del posible resultado de los debates, desde el punto de vista ciudadano tiene sentido un encuentro cara a cara de los dos candidatos con mayores posibilidades de superar una sesión de investidura para que la ciudadanía contraste estilos, argumentos, propuestas y hasta convicción en la defensa de los proyectos.
Pero también lo tiene saber las sintonías o disonancias que los unan o separen de sus potenciales aliados ante un escenario competitivo entre los dos grandes partidos como el que abren las elecciones del 23-J, donde el PP presumiblemente necesitará a Vox y donde el PSOE presumiblemente necesitará a Sumar a su izquierda.
Ahora bien, ¿tienen el suficiente peso los debates electorales como para cambiar la intención del voto? En este caso, y teniendo en cuenta la abstención y los indecisos que hay en España tras las elecciones del 28-M, los debates que se puedan producir pueden provocar que una parte de ese ejército nutrido que es la abstención, del 36% en la regionales y municipales, se decanten, principalmente, por una de las dos opciones mayoritarias, PP y PSOE; Sánchez y Núñez Feijóo. Ambos son los que más tienen que demostrar respecto al otro porque, de esta población indecisa y que se abstuvo en las pasadas elecciones, puede salir la llave del próximo Gobierno de España.
En ningún caso los debates cambian la intención de voto hacia un bloque u otro, teniendo en cuenta la polarización que hay en el espectro político español, más allá de movimientos residuales de extremos a los principales partidos y viceversa.
A parte de otros debates con candidatos de más formaciones, los españoles deben de tener la oportunidad de poder ver un cara a cara entre Núñez Feijóo y Sánchez, donde ambos candidatos intenten convencer al electorado y reducir la abstención, que es un claro efecto de falta de calidad democrática y hartazgo con la política y sus representantes.
Hay que ser muy necios para gastar el tiempo oyendo a un mentiroso sin escrúpulos, que ya ha mentido gravemente a los electores sin rubor, y va en su ADN. Palabras huecas bien entonadas por el guapo PS no merecen la pena.