La fragmentación de los extremos: el caso Díaz-Iglesias

Estamos totalmente sumergidos en estrategias puramente electorales. Cada cuatro y menos años se convocan elecciones municipales, regionales, generales… y el ciudadano sabe perfectamente cuando queda poco para estas gracias al discurso y acción política. Quedó perfectamente demostrado por Pablo Iglesias el pasado fin de semana en el cierre de la ‘Uni de otoño’ de Unidas Podemos.

FUENTE: EFE

Esa figura a la que nadie llama y quiere en el panorama nacional, y que entra a sus anchas y sacude a la extrema izquierda por su falta de protagonismo. Sin estar en política, Pablo Iglesias es el encargado de romper con el compadreo de la izquierda progre y, por consiguiente, generar un clima de mayor tensión si cabe en un Gobierno abocado a su fin en las urnas. Las relaciones entre Podemos, Yolanda Díaz e Izquierda Unida están en su peor momento.

Ya nadie niega el declive que Podemos ha sufrido en las urnas desde el 2019, tampoco que las relaciones con Izquierda Unida no atraviesan su mejor momento y que se encuentran enfangados en un debate interno y en negociaciones por concurrir en solitario o de forma conjunta a las municipales y autonómicas de mayo del año que viene, unos comicios que ya toman forma de primera vuelta de las generales, aún sin fecha. Todo ello, envuelto en las dudas de la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, que no termina de decidir si encabezará un futuro frente de izquierdas tras ser designada por Pablo Iglesias como su sucesora cuando marchó de Podemos.

Desde las voces más radicales del conglomerado de partidos que forma Podemos, consideran que los procesos de crítica son buenos para avanzar; y ciertamente lo son, siempre y cuando se hagan internamente y no se genere una tensión en el ambiente, lo que las eliminará a sí mismas con el tiempo. Pablo Iglesias lo ha vivido en sus carnes y su discurso no ha cambiado, demostrando una torpeza absoluta de conocimientos prácticos de política.

Lo de recoger el acta, bien en la Asamblea de Vallecas el año pasado o en el Congreso de vuelta el año próximo, le da igual. Iglesias siempre ha tenido una visión instrumental del voto y del poder, al servicio del proyecto disolvente del Régimen del 78 que le gusta combatir. Sea en el Gobierno, donde dos años de poder institucional no han hecho mella en su afán impugnatorio de lo que es España desde hace 45 años, empezando por la monarquía, o sea en un futuro en la oposición tanto externa como interna.

No es mejor el futuro cuando los extremos se encuentran presentes en la ecuación. Ambos son generadores de conflictos y de populismo en la sociedad española. No podemos convertirnos en Italia con un nuevo Gobierno cada dos años por su propia inestabilidad. El electoralismo ciega al político por profesión, que prefiere enfrascarse en la crítica porque no tiene un plan de acción. Es ahí donde el que es político por vocación debe diferenciarse y saber tender puentes para buscar el bien común.